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Mi primera vez: así descubrí a Eskorbuto.

Hace tiempo, bastante tiempo, fui a fiestas de Barakaldo para ver a Eskorbuto, y comprendí casi todo lo que presagiaban las canciones del inmortal trío de Santurtzi. Me vais a perdonar, pero esta vez voy a empezar por el final. Por las reflexiones que me fueron sugeridas por tan iniciático viaje: allí, en la otrora localidad fabril, les vi por tercera y última vez, pudiendo comprobar cómo eran profetas en su tierra Eskorbuto: la banda más controvertida, polémica (honesta según ellos) y diferente de cuantas en los ochenta parió el país: razón por la que tal vez nunca dejaron indiferente a nadie.

1988, 15 de julio, es viernes. 7 o así de la mañana. Tras una última noche sanferminera, viendo todavía todo en blanco y rojo, leo en el periódico que esa noche tocan Eskorbuto en fiestas de Barakaldo. Decido ir, dicho y hecho. Voy de empalme a la estación de autobuses, Burundesa y a Bilbo. Ya en ruta cae una cabezadita, algo a lo que se presta el viaje, de cerca de 4 horas de duración. Duermo lo suficiente como para despertar medio sobrio y caer en un pequeño detalle, sé quién soy pero no con exactitud de dónde vengo ni a dónde voy: veo que me miran raro pasajeros y revisor, voy vestido de poluto blanco sanferminero… 

Ya en Barakaldo, antes y durante los conciertos (abrieron Parabellum y cerraron Peter and the Test Tube Babies, autores del legendario Banned from the pubs que pronto versionarían los primeros como Bronka en el bar), pude comprobar in situ cómo era la famosa Margen Izquierda, Satanás, tu infierno es demasiado dulce… La realidad superaba lo que allí esperaba encontrar: desconfianza ante el futuro, comentarios sobre lo mal que iba todo y un buen número de tascas y casas regionales que parecían rivalizar entre sí por acoger a multitud de seres en edad de trabajar pero que, cosas de la vida, no tenían nada mejor que hacer; seguro que habían conocido tiempos mejores, o menos malos, pero ahora estaban allí un día sí y otro también con la incertidumbre acechando de cerca. Estaba claro que de seguir así las cosas, en poco tiempo allí no quedaría ni Dios…

Asestar: Dirigir un golpe contra una persona, objeto o pueblo. 
Sestao: Importante centro industrial de la Ría de Bilbao… (nota del autor: además de a Sestao, aplíquese la definición anterior a Barakaldo o Santurtzi; vaya golpe les dieron con el cierre de Altos Hornos y la reconversión).

Perdido el empleo, perdida la esperanza; perdida la ilusión… Puede ser cualquiera, cualquiera podía ser quien de un día para otro acabara en el paro, estando todos en el bombo. Además, para paliar la situación de la economía de la zona bajo mínimos tras la estocada, las autoridades prometían abrir en Sestao una acería. Valiente ironía, ¿no los habían dejado bastante ‘a cero’ ya? “Satanás, tu infierno es demasiado dulce, vente al nuestro, quedas invitado”. “Pelos largos, caras enfermas”,  cantaban ya enfermos los Eskorbuto, cronistas a pie de barro de este infierno hasta que el magma se hizo muerte y habitó en la banda, atrayendo en 1992 a Iosu y Juanma, vocalistas y guitarrista y bajista respectivamente, a su regazo. 

¿Qué decir del concierto? Articulado sobre el listado de Impuesto Revolucionario (tal y como fueron siempre los suyos desde otoño de 1986), que fue correcto y correoso. Brioso. Un multitudinario quiero y aún puedo forjado sobre la demencial, rabiosa y acelerada concepción del rock & roll del trío, con los asistentes, una multitudinaria y malencarada legión de punkies, cantando todo el tiempo y sintiéndose los amos de la noche.  

Tiempo después, bastante tiempo, otoño de 1994. Con motivo de la publicación de Aki no keda ni Dios, primer disco del trío sin Jualma y Iosu,  entrevisté para El Tubo al único superviviente, Paco Galán, el batería, y a los meses volví por la zona. Los señores de caras de no saber qué hacer parecían haberse ido, al menos no estaban por allí. Ni la mayor parte de las tascas ni de las casas regionales: cual perfecta onda expansiva, el paro de unos trajo el de los demás, enterrando vivos a todos sin distinción.

Como si de revivir el mito del Cid Campeador se tratara, Aki no keda ni Dios puso a cabalgar de nuevo a Eskorbuto tras las muertes de tan peculiares Quijote y Sancho (contrapunto perfecto el uno del otro), sonando el disco a Eskorbuto a pesar de todo: “Adelante, sin mirar atrás; adelante, sin piedad; adelante, y solo una vez más lloraremos por los muertos”, parecía querer decir con su publicación la por imperativo vital renovada formación. Con este trabajo se cerraba momentáneamente el círculo abierto en 1982 con la salida del single Mucha policía, poca diversión, canción con la que les conocí en 1983, prosiguiendo su trayectoria el trío en una frenética primera etapa con ZEN (Zona Especial Norte, 1984, compartido con los RIP), Eskizofrenia (1985), Antotodo, Ya no quedan más cojones Eskorbuto a las elecciones e Impuesto Revolucionario, lanzados estos tres últimos en 1986. 

El año siguiente, con la urgencia derivada de las adicciones de guitarrista y bajista cada vez más presente, nos regaló un disco extraño de primeras, Los demenciales chicos acelerados. Fruto de la siempre disparada y disparatada mente de Iosu, se trataba de un doble álbum conceptual, apocalíptico y altivo e introvertido y pretencioso a un tiempo, en el que el  pesimismo existencial, ya tan presente en Antitodo, se reconducía hacia un sardónico y macabro nihilismo que ya no les abandonaría jamás.

1909, la guerra, única higiene del mundo (Manifiesto Futurista, Filippo Tommaso Marinetti); 1987, Paz, primero la guerra, Eskorbuto. Dicha querencia y coqueteo con la autodestrucción, con la pareja paso a paso ya  rodando por el barranco, se ennegrece más y más en Las más macabras de las vidas(1988) y finalmente en Demasiados enemigos (1991): fuera de toda duda, más que un repunte del grupo este último disco a juzgar por su  calidad, la plasmación en canciones de la sensación del moribundo ante la inminencia del final. El testamento musical al menos de Iosu, quien, Adiós reina mía, No quiero cambiar, Intolerable, La mejor banda del mundo… ya era consciente de que se iba. De que, llegado el momento de la última pelea, el abismo que desde siempre le había separado del mundo se transformaba ya en fría fosa, lejos de metáforas y apologías. 

Dos veces más vi a Eskorbuto, además de la ya citada: la primera de ellas en Sanfermines de 1986, con el grupo anunciado dentro del programa oficial de fiestas. La cita fue el último día, el domingo 14 de julio, en el parque de Antoniutti, subiendo con ellos al escenario Ad Hominem, M.C.D. y Danba. Pero apenas seguí el concierto, ni tan siquiera el de Eskorbuto en su totalidad. ¿Qué pasó?

Lo que en principio debería haber sido motivo de contento para la parroquia rockera sanferminera (además la actuación era al lado de las txoznas o barracas políticas) fue motivo de mosqueos varios, quejándose los colectivos alternativos de Iruñea del proceder del Ayuntamiento, que organizaba actos como aquel en Sanfermines mientras negaba a diario a los grupos locales el pan y la sal. Siendo esto así, reunida la asamblea de barracas, se tomó la decisión de contraprogramar el evento municipal, organizando el mismo día 14 y a la misma hora un concierto alternativo  montándose el escenario a escasos 50 metros del ‘oficial’. ¿Los grupos llamados a tocar? Cicatriz (dos años después de su concierto del Jito-Alai), RIP, Ultimátum, Tijuana in Blue, Detritus, Danba (quienes hicieron doblete) y BAP!!, poniendo todos ellos la carne en el asador como si de una cuestión de estado se tratase.

Respecto a la segunda vez, fue en marzo de 1988 en la sala Ilargi de Lakuntza, donde protagonizaron una accidentada actuación, lanzamiento incluido al escenario de una botella por parte de una chica ante la letra de una canción…

Estamos en 2020, cómo pasan los años y las vidas, dejándonos ver lo dicho que hay cosas que nunca mueren: como las obras que trascendiendo a sus creadores y circunstancias siguen vivas con los años, desafiantes a su paso; como la de Eskorbuto, personificación de la esquizofrenia entendida como la muerte en vida y la vida en la muerte, adquiriendo en su caso toda la plenitud la palabra ‘vida’ tras la tragedia: Eskorbuto, banda que entremezcló dicho binomio, vida y muerte, en explosivo cóctel hasta el paroxismo más atroz: pasiones entrecortadas divididas en dos, gritan y gritan hasta perder la voz… Cierro los ojos y oigo a Iosu y Jualma gritando y cantando los dos hasta perder voz y vida, como cuando lo hacían sin que  casi nadie escuchara. Nadie escuchó. Eso sí, a día de hoy se les escucha, vaya que sí, contándose los ‘eskorbutines’ por el mundo por centenares de miles y siendo su impagable legado sonoro como la llama de un pebetero: inapagable…Vayan estas líneas en recuerdo de Iosu Expósito y Jualma Suárez, fallecidos en mayo y en octubre de 1992.

J.Óscar Beorlegui

Mi primera vez: así descubría a Koma

Estamos en Arazuri, pueblo cercano a Pamplona, finales de agosto de 1994; mi aún veinteañero yo, con 27 años, ejerce de camarero en el bar de las piscinas. De socorrista ‘etílico’ tal y como me gustaba definirme. Son  fiestas. La orquesta encargada de amenizar la velada va a venir a cenar. Tras la cena, tiempo de cafés y copas, charlo unos momentos con uno de los músicos, melenudo. Nos hemos debido detectar. Se trata del guitarrista, y se muestra ilusionado con su nuevo grupo de metal. No me dice nombre. Lo que sí comenta es que en las noches de verbena se viene arriba cuando tiene oportunidad de colar algún punteo. Parece que esas veces son las menos, le noto algo quemado…

1995, mayo, sábado 20. Desde otoño del mes anterior estoy trabajando en Burlada, soy uno de los responsables del Zumadi Taberna. Dicho mes se está celebrando en el pueblo la segunda edición de un ciclo de conciertos,  Maiatza Rock, que, organizado por la peña Euskalherria desde el año anterior, ha llegado hasta nuestros días. La cosa consistía en programar en la sede de la peña un concierto gratuito cada sábado del mes, estando previsto para esta semana un grupo llamado Koma. Un cliente, conocedor (y tal vez sufridor) de mis gustos musicales, me dijo que fuese a verlos, que me iban a gustar. Además ya se notaba cierto runrún en el pueblo acerca de las posibilidades de aquel grupo, y ya se sabe qué se dice del río, que cuando suena…

Así pues, fui a verles. Y vaya que si llevaba, y no solo agua, aquel río: de todo y en abundancia. Un estrepitoso y extremo caudal.  Y a quién vi sobre el escenario… A Natxo Zabala a las seis cuerdas, a quien había conocido meses atrás como guitarrista de aquella orquesta que había recalado en verano en Arazuri.

Qué kaña aquellos Koma, chispa y estado de inspiración en estado puro: incontestables los primeros rugidos de la fiera. Qué brutalidad musical en puertas de editar su devastadora primera maqueta, cinta que vería la luz a pocas semanas de aquel terremoto: porque eso representaron en nuestra primera vez Brigi, a las guitarras y a la voz; Rafa, al bajo a segundas voces; Natxo, a las guitarras y a los coros, y Juan Karlos a la batería, una sacudida en toda regla. Tal fue la sensación que me causaron que cerca del final del concierto, con la banda derrochando insultante poderío marcándose una bestial versión del Territory de Sepultura, hablé con alguien de otra peña de Burlada, la Aldabea (sita enfrente del Zumadi) sobre la posibilidad de ofrecerles tocar en fiestas de agosto en nuestra calle. Y así lo hicimos. El  sabor de boca que nos quedó fue tan bueno que en 1996 repetimos la jugada, llenándose en ambos casos la calle hasta los topes.

En los años testigo de estas primeras veces que estoy rememorando, era  moneda corriente entre las bandas primerizas sazonar con alguna que otra versión los repertorios, para que tiraran del carro propio: esto es, de los temas de cada cual, algo que hicieron con singular maestría Parabellum (Bronka en el bar, basado en el Banned from the pubs de Peter and the Test Tube babies); Su Ta Gar (Haika mutil, de Mikel Laboa); Vendetta (Egunero, de Hertzainak) o Soziedad Alkohólika, acertando todos los citados a la hora de llevarse a su terreno la esencia de los temas originales. Dándoles poderosamente un toque de gracia que hacía suyas canciones ajenas de modo incontestable, algo que los Koma bordaron con la canción de Sepultura (qué pena que no llegaran a grabarla y que muy pronto dejaran de tocarla) y, años después, con el Marea gora de Itoiz, canción del verano en Euskal Herria en 1997.

La maqueta que impulsó y propulsó a Koma vio la luz en junio de 1995. Un día, de buena mañana, pasó Natxo por el bar para dejar unas cuántas para ver si se vendían, siendo bares como el nuestro punto de venta habitual de publicaciones alternativas y artefactos sonoros de aquel tipo. Entrados en conversación, incluso estuvimos dándole vueltas a un tema siempre recurrente habiendo bandas nóveles de por medio, a ver cómo podrían distribuirla. A ver cómo podrían hacer llegar la maqueta fuera de Navarra. Yo le propuse lo siguiente, hacer un listado con los garitos que se anunciaban en el TMEO, contactar con los distribuidores de la revista y, a cambio de un porcentaje, que el grupo les dejara en depósito una cantidad de cintas para que ellos las repartieran aquí y allá. Pero no hizo falta poner en marcha la estrategia: las 1000 copias fabricadas volaron en cuestión de días, despertando la fiera definitivamente y comenzando a  descargar su furia por doquier.

Parte de culpa de lo dicho fue la inclusión en la cinta de canciones imprescindibles desde entonces como Tío Sam, con Brigi y Rafa al límite a las voces, bajista y autor este último de las agridulces y en ocasiones sardónicas letras del grupo. Al filo. Tan afilados ambos como afinados los instrumentos; Caer El Pobre, portadoras en su esencia de una frescura, una fuerza y una garra por demás. 

Abriendo las lindes de una nueva concepción del metal, dándole a la escena metálica la vuelta de tuerca que venía pidiendo a gritos, los Koma representaban un engranaje sonoro musicalmente perfecto. La tormenta perfecta, sonando cada componente exactamente como tenía que sonar. Además los músicos de Koma contaban con hojas de servicios previas a sus espaldas, no en vano habían militado durante años en diferentes formaciones de heavy metal antes de terminar dando con la tecla correcta: y ese era su aval de cara a sonar bien. Y así les fue a los Koma desde el primer día, viento en popa a toda vela. No eran unos recién llegados, y se notaba.

Fruto de mi pasión por la música y de mis ya por entonces irreprimibles ganas de escribir (nunca había escrito en público con regularidad), en otoño de 1994, echándole todo el morro del mundo (tal y como se hacían antes las cosas: háztelo tú mismo), comencé a colaborar en El Tubo, periódico musical publicado en Bilbao. Y para ser debutante no se me dio mal, entrevistando de inmediato a Pako Eskorbuto y a bandas como Flitter, la Polla Records o MCD antes de que, a una con el lanzamiento del primer disco de Koma, me tocaran en suerte: por cierto, la primera banda a la que entrevisté fue la Bunker Band, y en ella estaba Brigi a la batería, instrumento que había tocado hasta entonces y para el que lo recuperaría años después El Drogas, a una con la resurrección de Txarrena. La segunda banda en pasar por mi grabadora fueron Nahi Ta Nahiez, donde tocaba los teclados un jovencísimo Gorka Urbizu antes de convertirse en guitarrista y voz de Berri Txarrak, dando un salto desde la trasera a la ‘pole position’ del escenario igual que el protagonizado por un Brigi que, hasta la creación de Koma, nunca había cantado en público ni se había colgado una guitarra.

La personalidad de Brigi al frente de Koma imponía, era mastodóntica. Colosal. La personificación de todas fuerzas de la naturaleza, siendo un coloso en llamas en las pasionales distancias cortas del directo, las únicas verdaderas. Muchas veces fui testigo de ello en aquellos primeros años, llegando a viajar en la furgoneta ‘komatosa’ siempre que podía: aún recuerdo conciertos como los de Fontellas (1996, un tanto accidentado, cosa de la idiosincrasia de las gentes de la Ribera de Navarra), el de las txoznas de Sanfermines y el de la fiesta de El Tubo en la sala Artsaia (ambos ese mismo año) y otro en Elorrio un año más tarde, adonde tuvieron que desplazarse desde Valencia en avioneta porque que si no no llegaban. Yo y el manager viajamos en la furgo desde Pamplona, había que llevarla hasta el punto del concierto para que el grupo pudiera volver a casa.Tras años y años de contundentes grabaciones y siempre solventes conciertos (Koma siempre fueron los mejores en su género) el grupo  colgó los instrumentos en 2012 en apariencia para siempre… Pero no, la fiera no estaba durmiendo para siempre, despertando en 2018 y volviendo a rugir poniendo los puntos sobre las íes como solo ellos sabían hacer. Demostrando con su despertar seguir siendo Koma. Lo que siempre fueron a todos los niveles, un punto y aparte en directo. 

J. Óscar Beorlegui

Mi primera vez: así descubrí a Soziedad Alkohólika

Puede que sea un mal navarro, no lo sé. Quizá sea por algo de la infancia.  Lo que sí sé es que nunca me convencieron las fiestas de los pueblos de Navarra, Sanfermines incluidos. Nunca quise participar en procesiones ni romerías en honor de vírgenes, santos ni ‘patrones’, ni en encierros, novilladas, corridas de toros o suelta de vaquillas.  Ni siquiera me gustaba ir a verbenas. Me ponía malo solo con pensar que igual tenía que bailar alguna de las repetitivas piezas que tocaban las orquestas. Desde niño desarrollé cierta tendencia a la desobediencia, a llevar la contraria a todos (familia y profesores incluidos) y a buscar mi propia dirección: bastaba con que alguien sugiriera que no hiciese o que no fuese a algún lugar para que aquello se convirtiera en prioridad: tal vez por ello terminé yendo en 1985 a Magdalenas de Rentería/Orereta; en 1986 a la Aste Nagusia de Bilbo o en 1988, a fiestas de Barakaldo, donde descubrí a Parabellum compartiendo escenario con Eskorbuto y Peter and The Test Tube Babies un 15 de julio: nada que ver el ambiente de esas plazas con lo que había conocido hasta entonces, presidido siempre por cierto tufillo a religiosidad y caspa ‘de toda la vida’ y barnizado por un hipócrita desenfreno alcohólico al amparo de la ‘fiesta’. Tolerancia 10 que se diría ahora. Siendo esto así, por huir de mi particular agobio, al mes siguiente de mi escapada a Barakaldo, un buen día de agosto de 1988 fui a fiestas de la cercana Vitoria/Gasteiz. Y en buena hora tomé la decisión…

Una vez en la capital alavesa lo primero que hice fue buscar el recinto de las txoznas, de obligada visita y no solo por la imprescindible ingesta, sino por ver qué maquetas tenían a la venta; cintas que únicamente se podían adquirir en esos recintos, haciéndome aquel día con una que recogía un  directo de La Polla Records, Vómito, Kortatu y Kemando Ruedas que todavía conservo. Y lo segundo, buscar el Gaztetxe, un caserón ocupado aquel mismo año y en funcionamiento todavía. Ya dentro, viendo que iba a haber un concierto y que el Moscatel se vendía a 40 pesetas el vaso (sí, amigos, 0,21 euros), decidí apalancarme a echar la tarde y parte de la noche. Según me dijeron iba tocar un grupo que hacían algo así como una mezcla de punk y heavy acelerado con más voluntad que otra cosa, pues estaban empezando. Soziedad Alkoholika se llamaban, y como me gustó el nombre me quedé. 

Qué ruidera. Qué totum revolotum de vatios y nervio en estado puro. Qué voz la del tipo que cantaba. Pese a que no entendí nada, el climax que alcanzaban tocando me sacudió. No cabía duda de que aquellos jóvenes melenudos creían en lo que hacían y que lo transmitían, atacando en vez de acatando cualquier autoridad. Sin ser consciente de ello, estaba ante una de las bandas llamadas a explotar con la nueva década: Soziedad Alkoholika, los S.A.

Pronto volví a saber de ellos, pues ese mismo año pasaron por el Txoko Gorri de Antsoain a finales de septiembre, y al siguiente, 1989, por Villava/Atarrabia, donde compartieron cartel con La Polla Records, dejando boquiabierto al respetable con la voracidad más que velocidad con que despacharon las canciones: temas como Ya no queda nada, (incluida años después en Ratas), Mili mierdaProud to be a Canadian, de Dayglo Abortions (incluida en su LP de 2001 Polvo en los ojos como Escapada), Ya huelenNo te enteras, una surrealista versión de La BambaCervezas y porros… Esta última canción, únicamente incluida en el disco en directo de 1999, siempre me hizo gracia por parecerme la equivalente a una compuesta por Tijuana in Blue en 1986, titulada Clarete y Speed: ¿claramente definitorias de lo que se llevaba en cada capital? Aún recuerdo una contraportada de Diario de Navarra de dicho 1986 alertando a la población sobre la llegada del speed y su peligrosidad: a las pocas semanas, los Tijuana ya tenían su canción. 

Aquellos S.A. le pisaban a fondo, y aquello prometía; 1988, en el año en el que Ben Johnson deslumbró al mundo con su punta de velocidad, a mí me deslumbraron con la suya los Soziedad Alkoholika, rompiendo la velocidad de la luz al filo de lo imposible. Y muchos fuimos los deslumbrados pese a la omnipresente sensación de ruido que rodeaba sus conciertos. Pero era algo inevitable: entre la avaricia con la que tocaban y la mala acústica de los locales que les daban acogida, frontones mayoritariamente, los técnicos de sonido tampoco podían hacer más a la hora de sonorizarles: ¿qué hacer con aquel tsunami sonoro que, procedente del escenario, arrasaba con todo? ¡Si hasta el doble bombo del batería parecía multiplicarse por cuatro! 

1990 trajo a S.A. a Pamplona con motivo de la grabación de su maqueta Intoxicazión Etílika, algo que hicieron en los Estudios Arión aunando también en la cinta una fuerza y una velocidad inusuales hasta entonces: estudios estos, Arión, en los incluso se diseñó el célebre logotipo de la banda y a los que regresarían a finales de 1992 para registrar el EP Feliz Falsedad, grabando la intro de los teclados del célebre anti-villancico el técnico Jesús Los Arcos. En dicho trabajo se incluyó una versión de una canción de Queen muy pinchada en la época, A mí no me gusta el polvo, tema que se grabó dos días antes del fallecimiento de Freddie Mercury, por lo que se la dedicaron. 

Con semejantes cimientos de puro hormigón armado y unas credenciales sonoras como las incluidas en aquella maqueta (rubricadas a la altura en 1991 por las canciones del disco negro, su apabullante primer álbum oficial), la banda fue creciendo exponencialmente en popularidad, aunque de primeras su música no terminara de ser aceptada por ciertos sectores, como los más vinculados al más inmovilista heavy metal: y de eso Pamplona, ciudad de extremos siempre, sabía bastante. Recuerdo a mi yo veinteañero poniendo la maqueta en la Herriko de la calle del Carmen, donde se pinchaba mucho heavy y punk, y a una de las cocineras saliendo a la barra escandalizada, llamándome enfermo y pidiéndome a voz en grito que quitara aquello…

Temas como S.H.A.K.T.A.L.E., No eres másIntoxikazion etílikaNos vimos en BerlínLo tienes fácil (de sempiterna actualidad: bueno, como todas), Padre Black & DeckerKontra la agresión kastración o La última partida nos cortacircuitaban la cabeza directamente, con la guitarra de Jimmy replicando a inusitada velocidad a la gutural voz de Juan… al igual que los teclados de John Lord respondían a los punteos de guitarra de Ritchie Blackmour en el Highway star del Made in Japan de Deep Purple. Y todo ello sobre la irreductible base rítmica propulsada por la batería de Roberto: demasiao pa´l cuerpo, tal y como se decía en aquellos años. 

1993 y 1994 trajeron de nuevo a S.A. a la ciudad en sendas citas en apoyo a la Insumisión: la primera en Antsoain, con Flitter, y la segunda, en Burlata, con Negu Gorriak, continuando la banda hasta nuestros días su imparable trayectoria mucho ruido y muchísimas nueces de por medio, disco a disco concierto a concierto. A todo tren. Sí, pese a que algunos intentaran pararla y hacerla descarrilar por medio de una demoledora campaña de calumnias (‘bulos’ tal y como se les denomina ahora), criminalización y ‘zensura’ a una con la llegada del nuevo milenio: tal vez porque no les gustaran las letras de las canciones, ricas en aires de denuncia y compromiso social y siempre en una línea acorde con la música, igual de corrosivas, explícitas y directas. ¿Censura con ‘z’, he escrito? Sí, ‘zensura’, siendo como fue aquello un encubierto intento de aplicar el ochentero Plan Zen (Zona Especial  Norte) a la música del grupo. 

Pioneros y protagonistas de la mejor combinación de hardcore, punk y metal facturada en el Estado, 32 años (y una pandemia después) ahí siguen a día de hoy Soziedad Alkohólika, regalándonos buenos momentos.   Rompiendo la barrera del sonido, salteando partituras con total actitud y descaro, tal y como pude comprobar al 3 de enero de este maldito 2020 en la sala Totem de Atarrabia en mi último concierto pre-confinamiento como público, mostrando un momento de forma apabullante.  

Soziedad Alkohólika, todo un ejemplo de independencia, trabajo,  coherencia y de banda política en el sentido de crítica y contestataria, no de politizada o de partido. En dicho sentido poco amiga la banda del uso de iconos o reclamos ideológicos: sin ‘Ches’, estrellas rojas ni demás parafernalias, siendo siempre ellos, sus circunstancias en forma de canciones y su logotipo por bandera. Políticos sí, pero por sentido común y convicción, no por definición. Desde una postura claramente librepensadora, Sin Dios ni náEstado enfermoItoiz ito ezPalomas y buitresDios vs. Alá… Ojalá nos duren muchos años más.

j. Óscar Beorlegui

Mi primera vez: así descubrí a Cicatriz

La primera vez que leí el nombre Cicatriz fue hace treinta y seis años, en julio de 1984; en plena desescalada hacia los Sanfermines en un cartel que anunciaba un festival denominado  S.Ferminiko Infernorock. La cita era en el Jito Alai, detrás del frontón Labrit, estando previstas entre las 19:00 horas del viernes 13 y las 7:00 del sábado 14 las actuaciones de hasta ¡17! bandas, entre ellas las de unos primerizos Los Rebeldes, Ser-Vicio Público o RIP.

Aquellos Sanfermines fueron muy especiales para mí, pues debuté en el mundo de la hostelería. ¿Mi destino? El Adiskideak de la calle Calderería, y mi horario, de 7:00 am a 10 am, para cubrir las necesidades etílico-festivas y alimenticias del personal en sus últimas horas de jarana o en las primeras del nuevo día: las de una clientela que, con el encierro en lontananza, ya no se tenía en pie o se acababa de levantar. Con un horario semejante, ¿cuál era mi plan? Dormir durante el día y salir con la cuadrilla y trasnochar directamente hasta el momento de ir a trabajar, algo que, al igual que cualquier otra jornada, hice el sábado 14 de julio, yendo muy entrada la madrugada al Jito Alai para ver a los RIP: responsables directos de que me encaminara hasta allí, toda vez que ya los había visto dos meses antes con la Polla Records en la Plaza del Castillo. Y de aquellas descubrí a Cicatriz.

Poco recuerdo de su actuación, si acaso a Natxo Etxebarrieta, su cantante,  en estado de ebullición total y que las canciones arrancaban y se paraban en medio de un gran desparrame, siendo lo más impactante la transgresión que su sola presencia en el escenario suponía.

Procedentes de Vitoria/Gasteiz, ciudad prima-hermana de Pamplona en muchísimos aspectos (muy conservadoras y tradicionales ambas, con importante presencia de curas, monjas y militares), Natxo, Pepín, Pakito y Pedrito, los Cicatriz, eran depositarios del espíritu salvaje de los Freak y de la banda que originariamente salió de sus cenizas como parte de un programa de terapia, Cicatriz en la Matriz, de quienes heredaron modos, maneras, cantante masculino, baterista, guitarrista y canciones como Escupe (“escupe a la ‘estupa’ / que va en su Ritmo”, en alusión al modelo de vehículo de la brigada de estupefacientes de la época, el Seat Ritmo), Cuidado Burócratas o Aprieta el gatillo, firmadas por el que fuera el cantante de los Freak, el hoy reconocido escultor Juanjo Elguezabal: autor de la escultura de El Caminante de Gasteiz que, dicho sea de paso, escribió letras en todos los discos de Cicatriz. Los tres obuses citados, incluidos en 1985 en el célebre Disco de los Cuatro, también iban  firmados por Pedro Landatxe, baterista, talento musical en la sombra y alma mater de los Zika, como se les conocería popularmente. 

Siendo esto así, pronto, muy pronto se materializó la conexión entre Pamplona y Cicatriz, multiplicándose de forma exponencial sus seguidores navarros conforme se iban sucediendo sus visitas: Pabellón Anaitasuna y frontón Bidezarra de Noáin en 1985, barracas políticas en 1986 en un caótico y multitudinario concierto (con nuevo disco recién publicado, Inadaptados), bar La Granja en otoño de 1987 con un jovencísimo Goar Iñurrieta como guitarrista en lugar de Pepín…

Habituales del Ttutt y con muy buenos amigos en la ciudad, como El Drogas, aún recuerdo la intensidad con que vivimos en el bar durante meses las canciones de Cicatriz, mediante una práctica que llevábamos a cabo los viernes a partir de las ocho de la tarde; cuando intuíamos cargado el ambiente, esto es, casi todos los fines de semana (“son las ocho y qué follón / en la manifestación…”) íbamos al Ttutt y a una con las señales horarias del reloj de la catedral comenzábamos a beber vinos, calentándonos a la vez que se encendían las calles con canciones de Cicatriz como Botes de Humo o cualquiera de las de InadaptadosEra un hombre, de la Polla Records; La línea del frente, de Kortatu Mucha policía poca diversión de Eskorbuto: qué subidones de adrenalina al ver desde el bar cómo corrían las botas de los antidisturbios al otro lado de la puerta, escuchándose cada vez más cerca, cual truenos tras los relámpagos, los pelotazos. 

Recuerdo que una tarde-noche de aquellas de nubes y claros (y claretes, más bien), tal vez a modo de editorial o resumen de lo que se vivía,  a una con los últimos estertores de la bronca sonó el Hay algo aquí que va mal de Kortatu, tema que Natxo cantó siempre en directo, desde los primeros tiempos, mano a mano con Fermin.

Tras años vividos a toda máquina, multiplicados por unos cuántos cada uno, en 1988, con fecha ya para la grabación de un segundo disco, Zikatriz (según se leía en la entrada) actuaron el 25 de mayo en la Plaza de toros de Estella/Lizarra, siendo este concierto el penúltimo de Natxo antes de un accidente de moto que lo dejó unos años fuera de juego, postrado en silla de ruedas hasta que, fuerza de voluntad y algo más de por medio, ante la incredulidad incluso de la clase médica, se levantó, quedando obligado, eso sí, a valerse de una muletas para andar. Y no solo se levantó, sino que en un increíble salto mortal volvió a poner en pie a Cicatriz, regresando en loor de multitudes con nuevo disco, 4 años, 2 meses y 1 día, y un par de conciertos, tres años después del de Lizarra: uno, el 8 de junio, en Gasteiz, y el otro, el 15, en Pamplona, donde llenaron el pabellón Anaitasuna  dando el grupo, en opinión de Natxo,  el concierto de su vida. Subidón, tras abrir para ellos La Polla Records. Ah, el grupo de Evaristo, cuántos conciertos protagonizó en este, el pabellón del rock por excelencia, ya propios, ya abriendo para otros en su vuelta (como en este caso) o haciéndolo en su despedida, algo que harían a finales de 1992 a propósito de la de Hertzainak.

Aún volvería a ver a Cicatriz otra vez en dicho 1991, esta vez en Bergara, en un concierto compartido en uno de sus regresos a los escenarios con aquellos a quienes un buen día de 1984 fui a ver al Jito Alai, los RIP. Con un grupo, al igual que Cicatriz, condenado a pasar por los escenarios como el Guadiana, yendo y viniendo. Poniéndose y quitándose de vez en cuando y que, como las Nochebuenas del villancico, se iban y venían, hasta que se fueron y no volvieron más… 

Tras haber vivido como un ciclón, a toda velocidad, y haber visto caer a toda la formación original; arrastrando su cada vez más castigado cuerpo como una cadena de presidiario, Natxo aún reorganizó los Cicatriz en otoño de 1994 para tocar en un concierto homenaje a Pakito, en el que también tocarían  RIP, registrando estos allí su disco en directo: algo que harían Cicatriz ese año en otro concierto, la víspera de Nochevieja, en lo que había sido la mítica sala Ilargi de Lakuntza. Con motivo de su publicación, en abril de 1995 me planté en Gasteiz y le entrevisté para El Tubo, revista en la que comencé en 1994 como entusiasta escribiente de rock & roll y en la que publiqué hasta el 2000 una larga lista de entrevistas y colaboraciones. Natxo y yo nos conocíamos por amigos comunes y por diferentes incursiones suyas en la Herriko Taberna de Pamplona, donde trabajé hasta 1993: Sanfermines de 1992, nunca olvidaré el día en el que tras entrar al servicio con su inseparable muleta y permanecer allí un buen rato (yo ya me temía lo peor), salió sin ella, dejándosela olvidada. Dicha muleta permanecería colgada durante muchísimo tiempo en el techo del local: la misma que a una con sus subidones, acababa volando en todos los conciertos, súper salvajes siempre, siendo dichos vuelos auténticos termómetros de la pasión con la que el cantante los vivía. 

A una con la entrada de 1996, el 5 de enero Natxo falleció, yéndose con él para siempre los Cicatriz, banda que tan profunda e imperecedera marca  dejó en la escena y en las almas de tantos de nosotros, connotaciones del nombre aparte. Vayan estas líneas en su memoria y en la de Papín, Pakito, Pedrito, Portu, Mahoma y Jul, estos tres últimos, de RIP.

J. Óscar Beorlegui

Mi primera vez: así descubrí a Tijuana in Blue

En la década de los ochenta, más allá que por cuestiones de orden musical, uno asistía a conciertos, casi siempre callejeros, básicamente por dos razones, por la transgresión que aquello suponía en una ciudad tan mojigata como Pamplona/Iruñea y por provocar –en el sentido de molestar- con nuestra presencia a las gentes de orden. De ordeno y mando, quiero decir. “Aunque esté todo perdido / siempre queda molestar”, que habrían de cantar Kortatu en El estado de las cosas, su segundo álbum. Anticipándonos unos años a dicha letra, no éramos pocos quienes apuntándonos a cuantos bombardeos con forma de conciertos se nos presentaban, pintábamos calva la ocasión haciendo buena la canción.

Íbamos, en suma, por pasarlo bien. En 1985 cuando asistías a un concierto eras consciente de que podía pasar cualquier cosa, aparición estelar de  golpe y porrazo de la fuerza pública azul, verde o marrón e inmediato desconcierto y dispersión del público incluida. Sobra decir que en los casos en que esto no ocurría el fiestón que se fraguaba a ambas alturas del escenario era mayúsculo, creyéndonos reinar todos por encima del bien y del mal. Si hubo un grupo en la ciudad que personificó desparrame y espíritu díscolo y festivo como ningún otro esos fueron Tijuana in Blue, siendo la sorpresa del momento: una banda imposible (que tal vez por ello fue posible) cuyos integrantes, comandados por Jimmy y Eskroto, eran capaces de reírse hasta de un cuadro… Marco incluido, encontrando espacio en su repertorio todo tipo de histrionismos, chanzas y parodias. Habiendo ‘zascas’ (tal y como se dice ahora) en sus canciones para todo. Para todos. 

De manos de las inquietudes del grupo, qué duda cabe, se abrió un claro entre las nubes y se acabó la quietud, imponiéndose su luminosidad entre 1985 y 1988 al gris Pamplona, tonalidad predominante desde siempre en la ciudad: cosa también de las connotaciones del nombre de la banda, imponiéndose también dicha luz sobre el nihilista negro total proclamado por otros compañeros de viaje como los RIP.  

A Jimmy y Eskroto los conocía de verles en cuantos saraos se fraguaban en el Casco Viejo de Pamplona con el fin de ¿dinamizar el ambiente? De dinamitar la vieja normalidad heredada del post franquismo –más bien-,  dando ambos la sensación de ser el perejil de todas las salsas: mi sorpresa fue mayúscula cuando les vi aparecer en Lumbier al frente de Tijuana in Blue, en el concierto organizado en el marco de las fiestas patronales para presentar la cinta Iruña for Katakrak. ¿Qué hacía yo en Lumbier? Mi familia materna era de la villa, por lo que en los veranos tocaba ir al pueblo. Mis padres creían que donde mejor podía estar mi yo adolescente era en Lumbier, alejado de las amenazas y peligros (léase drogas básicamente) que, en su opinión, nos acechaban en la ciudad: según ellos, ¡¡si incluso las daban gratis y si te despistabas te las echaban hasta en el Cola Cao!! Ah, escuchar campanas sin saber dónde, qué malo ha sido siempre… Qué equivocados mis progenitores, cuando lo que pasaba era justamente lo contrario: que las denominadas ‘drogas’ costaban una pasta y, como más de un yonky ya había tenido ocasión de comprobar, quien recibía con frecuencia el Cola Cao era su dosis de caballo, cortada así por el vendedor para hacer más provechoso el negocio.

Para entonces, 1985, ya hacía dos años o tres que había descubierto en Lumbier el bar La Cueva, epicentro de la vida social de quienes más o menos pensaba que eran como yo: la de ‘duros’ que me dejé en su sinfonola escuchando Este Madrid, de LeñoFast as a shark, de AcceptHormigón, mujeres y alcoholCanciones desnudas Al límite, de Ramoncín o, desde el año anterior, Eh txo, de otro grupo local de los llamados a comérselo todo, Hertzainak: de hecho, entre 1984 y 1992 llegarían a llenar por lo menos en seis ocasiones el pabellón Anaitasuna.

Ya metidos en faena, el ambiente de las horas previas al concierto lució  marcado por la curiosidad –en un primer momento-… y por la desconfianza general de los sheriffs del lugar acto seguido, a la vista de las pintas de buena parte de quienes aquella tarde noche se acercaron a la plaza de los Fueros de Lumbier: un respetable más que presto y predispuesto a desfasar (en muchos casos) que, en su ‘puestón’, no dudó a la hora de cruzar incluso ciertas líneas rojas locales, invisibles a ojos de los foráneos pero pintadas y remarcadas con trazos gordos en el subconsciente colectivo de la localidad. 

Tijuana in Blue actuaron de madrugada, en último lugar, descargando en parte el ambiente con su filosofía etílico-hedonista y sus experimentales y despreocupadas canciones: con unas composiciones/parodias musicadas en muchos casos como La flauta de BartoloEl ReyTres tristes tigres o el himno de Katakrak, reescrito sobre el de una conocida Peña sanferminera. Además, también sonaron otras como Una de piratasRebelión medieval o Bebe y olvídalo, incluidas en 1986 en su disco debut compartido con Potato (siendo esta última su aportación a la cinta Iruña for Katakrak) o Ídolos, claro exponente de la filosofía del grupo en sus inicios. En una plaza sembrada de irónicas octavillas en las que se aludía a la africanía de Navarra y a la libertad de un tal Omar Omonte, el fin de fiesta post concierto se alargó durante casi una hora con una delirante improvisación en la que, bajo un ritmo tan básico como festivo, se reivindicó en euskera  dicha africanía de la práctica totalidad de los pueblos de la comunidad foral: “Iruña, Afrika da”; “Tutera, Afrika da”; “Ilunberri, Afrika da…”

Pronto, muy pronto volví a ver a Tijuana in Blue, haciéndome absolutamente incondicional: fue en octubre de dicho 1985, en fiestas de Arrosadia (La Milagrosa por entonces), siendo nuevamente de alto voltaje el desparrame, y, posteriormente en diciembre, en un local de mi barrio, Errotxapea, conocido como El Barracón. Esta cita, de marcada connotación transgresiva, fue organizada por Eguzki Irratia para la noche del 24 de diciembre, subiendo con ellos al escenario Fiebre y Refugiados. El escándalo en mi casa fue de aupa cuando, tras la ceremoniosa cena familiar, dije que iba a salir: hacerlo en Nochebuena aquellos años era impensable, una herejía, poco menos.

Viento en punk a toda vela,  tras actuar los años siguientes del uno al otro confín (quedando en nuestra memoria conciertos como el dado en el parque de la Media Luna de Pamplona, junio de 1987, con motivo de la presentación del TMEO), la vida no siguió del todo igual para Tijuana in Blue a partir de finales de 1997, siendo testigos sus siguientes discos (A bocajarroSopla, soplaSembrando el pánicoVerssioneando Te apellidas fiambre) de no desapercibidos volantazos musicales y reajustes estilísticos: de una progresiva desescalada del espíritu festivo del conjunto, acentuada definitivamente con la salida de Eskroto del grupo en 1990. Finalmente, en verano de 1992, la banda desapareció. 

Tras volatizarse sin apenas meter ruido –curiosamente-, el espíritu más genuino de Tijuana in Blue recuperaría el riego y la chispa ese mismo año, 1992. Y, de manos de un Eskroto reconvertido para la ocasión en Gavilán, lo hizo dando lugar a una contagiosa segunda oleada con forma de nueva banda, Kojón Prieto y los Huajolotes: formación imposible (nuevamente) en la que, además, terminaría brillando con luz propia un personaje del séquito de los Tijuana cuyas dotes musicales desconocíamos hasta entonces, Toñín, quien a una con el siglo XXI arrasaría bajo el alias artístico de Tonino Carotone. Fuera de toda duda, con los Huajolotes, llegó el ansiado rebrote, el del alocado espíritu de Tijuana in Blue, para muchos la banda más querida de nuestra capital.

J. Óscar Beorlegui

Mi primera vez: así descubrí a Kortatu

1984 fue un año un tanto confuso y convulso para mí, quedando rematado lo dicho por el hecho de que tuviera que repetir curso, 2º de BUP. Pero el verme abocado a repetir, no hay mal que por bien no venga, fue todo un punto de inflexión, llevándome a cambiar de forma radical mi forma de encarar la vida, algún que otro destierro de equivocadas amistades de por medio. Llegando en buena parte dicho cambio gracias a  mis seminales (y casi semanales) nuevos descubrimientos musicales, teniendo mucho que ver con ello, además de los de Barricada y La Polla Records, el de Kortatu. Otoño de dicho año así pues, ¿tiempo de cambios radicales? Sí, siendo a la postre el mensaje y el inconformismo de muchos de los llamados a ser conocidos como grupos radicales lo que me salvó. 

A Kortatu (Irún, 1984, Pamplona/Iruñea, 1988) los descubrí en los últimos estertores de Radio Paraíso, octubre de 1984, emisora en la que comenzaron a pinchar una rudimentaria maqueta suya. Y lo cierto es que pese a que la calidad del sonido era la que era, las canciones del trío comandado por Fermin Muguruza tenían un color distinto. Otra esencia, articulada sobre unos ritmos skatalitikos de agridulce regusto punk nunca antes escuchados por la zona: haciéndose, por otra parte, como todavía se estaban haciendo nuestros recién desvirgados oídos a los sones del rock duro y el heavy metal, lo más de lo más, y en proceso de hacerse a los del malencarado punk. Aquellas canciones eran sencillas y de apariencia festiva y divertida, y con ellas el grupo no solo hacía de la necesidad virtud, sino versión también en muchos casos: llevándose con la susodicha maqueta el gato y la colonia felina al agua al completo, con temas como Mierda de ciudad, Jimmy Jazz o Hay algo aquí que va mal

Los mejores presagios respecto a Kortatu se cumplieron con creces en verano de 1985, cuando fueron incluidos en el denominado Disco de los cuatro. En un abrir y cerrar de ojos, abriendo la ‘Cara A’ con tres canciones que brillaban como tres soles, se colaron directamente en la ‘pole position’ de lo que ya se empezaba a conocer como Rock Radical Vasco: con las desde entonces imprescindibles Nicaragua Sandinista, Manolo Rastamán y Mierda de ciudad

De forma paralela a sonar en Radio Paraíso y en Eguzki Irratia, radio libre de Pamplona que tal vez sin pretenderlo terminó comiéndole la tostada a la primera, canciones como las de Kortatu comenzaron a hacerlo a todas horas en el Ttutt, referencial bar de la calle Curia que pronto se convirtió en centro de operaciones y cuartel de invierno (y de primavera, verano y otoño) de cuantas bandas como aquella comenzaban a surgir por todas partes, dándose cuartelillo en su equipo de música y, atención, en su circuito cerrado de televisión a grupos como RIP, Cicatriz, Eskorbuto, Porkería T, Ultimatum o, claro está, Kortatu: y lo más importante, tuviesen dichas bandas discos oficiales o no, siendo Manolo Gil, Javier Pinzolas y Javier Guibert, los responsables del Ttutt, habituales de la práctica totalidad de cuantos saraos alternativos se organizaban en Pamplona, cámaras de video al hombro prestos siempre a grabarlo todo: así comenzó su carrera el con el tiempo reconocidísimo realizador de portadas y videoclips  Manolo Gil. 

Aún recuerdo la primera vez que entré en el Ttutt y vi su pequeña pared frontal llena de pequeños monitores de televisión, cómo flipé con ello… y con lo que en sus pantallas se veía: principalmente actuaciones de grupos como aquellos, entre tomas de algaradas callejeras y ‘okupaziones’ alentadas por Katakrak…  Sin duda el ‘háztelo tú mismo’, la realidad callejera, siempre superó en aquel bar a la ficción.  

Mi primera vez con Kortatu fue en el Pabellón Anaitasuna, marzo de 1985 (sí, incluso antes de la publicación del célebre Disco de los cuatro), y fue compartiendo escenario con Cicatriz y Hertzainak, autores de Aprieta el gatillo y Pakean utzi arte respectivamente: los misiles de larguísimo alcance con los que los Barricada de 1985 abrían sus conciertos. Dicha primera vez fue en loor de multitudes, llenando las bandas el recinto hasta la bandera. Estaba claro que había llegado su momento.

Finalmente diciembre de dicho año trajo un nuevo concierto de Kortatu a las proximidades de Pamplona, hasta Noáin, frontón Bidezarra, siendo secundados en este caso por Ultimátum, La Polla Records y nuevamente Cicatriz

1986 volvió a acercar a los de Irún a la ciudad, protagonizando el trío una actuación tan accidentada como surrealista. La cita fue en el marco de San Fermín Txikito, sobre el remolque de un camión. Al parecer, con motivo de la celebración de dichas fiestas, se habría solicitado permiso para organizar un concierto y colocar un escenario, lo cual fue denegado, y como a falta de pan, buenas son tortas, a alguien se le ocurrió la idea de hacer el concierto a bordo de un pequeño camión. Y dicho y hecho. Las bandas actuarían sobre el remolque hasta que hiciese acto de presencia la Policía Municipal, y cuando esto ocurriera, el camión se iría con la música a otra parte. A otro emplazamiento previamente consensuado con el público. Tan singular concierto reivindicativo-festivo tuvo lugar en tres actos, concluyendo tal vez sin que se iniciase el tercero a una con la irrupción en la calle Calderería de la Policía Nacional. 

El primer round tuvo lugar por la tarde en la explanada de San Fermín de Aldapa, y el segundo, ya a media noche, a la vera de la catedral en la plazuela de San José. En este tomó parte Kortatu, contando como anfitriones y compañeros de viaje (que no solo de cartel) con un efervescente grupo local de lo más borracho y animal, Tijuana in Blue. Tal y como estaba previsto, todo fue así hasta que, bron-ca bron-ca, bron… (tal y como decía una canción de los Tijuana) apareció la Policía Municipal. Y de repente allí estaban algunos de los implicados en el concierto, con la música de Mierda de ciudadsonando de fondo en la cercana plaza de Nabarreria, preguntándole a un agente a ver por qué la orquesta podía tocar aquella canción y sus autores no. Ante tal pregunta, ¿qué hizo el representante de la autoridad? Tras quitarse la gorra, rascarse la cabeza y encogerse de hombros, dar la callada por respuesta.

Las relaciones entre Kortatu y Tijuana in Blue eran tan buenas que al año siguiente el trío fronterizo no dudó a la hora de volver a compartir escenario con ellos, siendo esta vez el elegido el del pabellón Anaitasuna. La cita fue en febrero, y el recinto, una vez más, se llenó a rebosar. Por aquel tiempo Kortatu contaba con tres trabajos publicados además del disco compartido con Cicatriz, Jotakie y Kontuz Hi!, y sus conciertos eran auténticas fiestas: lo mismo que los de Tijuana in Blue, más bestias estas si cabe. Los de Pamplona/Iruñea ya contaban para entonces con una primera referencia discográfica, un LP publicado en 1986 compartido con Potato.

Haciendo bueno el dicho de que lo bueno, si breve, dos veces bueno, Kortatu, al igual que pasara con Leño, se acabó pronto. Demasiado pronto. En 1988, siendo, cómo no, el pabellón Anaitasuna el recinto en el que nos dijeron y les dijimos adiós. Aquel día, 1 de octubre, terminó la década de los ochenta para mí. Pero pese a que aún no se sabía, en las mentes de Fermin e Iñigo Muguruza ya se estaba gestando la de los noventa: el relanzamiento hasta límites insospechados de sus carreras de manos del lanzamiento de una nueva formación, Negu Gorriak. En cuestión de poco tiempo viviría con ellos otra primera vez…

Dedicado a la memoria de Iñigo Muguruza, fallecido en septiembre de 2019

J. Óscar Beorlegui

Mi primera vez: así descubrí a La Polla Records

La noche que fue mi niñez (metáforas aparte) terminó cuando descubrí a Leño, representando su descubrimiento la salida del sol. Pues bien, la luz de ese sol llegó a alcanzar cotas insospechadas tras descubrir a La Polla Records, un día de abril de 1983. Y es que, si bien las letras y maneras de Leño y de otros como Barón Rojo ya habían hecho mella en mí (¿cómo no acordarme del Volumen Brutal, de estos últimos?) las de Evaristo hicieron diana desde el minuto uno, haciendo que pareciesen menores las de aquellos desde que el de la Polla abriera la boca aquella tarde noche de aguas mil. Afortunadamente escampó a tiempo, y lo que vi representó la luz al final del túnel de mi infancia… Sin que dicha luz fuera la del faro de un tren que viniese de frente. Aquel día quedó atrás la noche y comenzó en mi vida a amanecer. 

El acontecimiento sucedió en el paseo de Sarasate de Pamplona, frente al monumento de los Fueros, el 16 de abril de 1983. Poco habíamos oído a aquel grupo, La Polla Records. Si fuimos a verlo fue porque era un concierto gratuito y porque lo organizaba Radio Paraíso. Al igual que a mi familia, al Gobernador Civil de la época, Luis Roldán, aquella emisora, en funcionamiento desde 1980, no le debía caer muy bien, y prueba de ello es que el 29 de marzo de aquel año había decidido clausurarla. Como medidas de protesta, la radio organizó algunas manifestaciones y unos cuántos conciertos, siendo estos los sábados 16, 23 y 30 de abril. En el primero de ellos estaban programados Tubos de Plata, Pabellón Negro (banda en la que militaba Alfredo Piedrafita) y La Polla Records. 

El nombre del conjunto nos sonaba, lo habíamos visto en carteles por Pamplona meses atrás, pues habían sido convocados en  Nochevieja para tocar en una fiesta en el frontón Labrit denominada Nochevientos en el Paraíso, organizada por una revista llamada Cuatrovientos y dicha emisora pirata: las 700 ‘calas’ que costaba la entrada fueron las culpables de que ni se nos pasase por la cabeza asistir. 

Banco Vaticano, presentada por el legendario guitarrista Txarly como La mafia de las sotanasCanción de cuna, y una frase, “Vas con tu uniforme / y con tu mente deformeeeee”, he aquí algunos de mis imborrables recuerdos de aquella tarde de abril, además de la imagen de Evaristo desafiando al público con una chaqueta caqui llena de imperdibles y gesticulando de lado a lado del escenario como si no hubiera un mañana. Los ciudadanos de orden, atónitos, contenían la respiración en sus paseos vespertinos: en el corazón de la city nunca se había visto nada igual.

Dicho 1983 fue fructífero en lo referido a volver a ver a La Polla Records, pues pronto tocaron en la Ciudadela de Pamplona, en junio, en el marco de una fiesta organizada por la discográfica Soñua, y al mes siguiente en Sanfermines, dentro de una programación de apoyo a los grupos noveles, en la plaza de los Fueros. Allí fue donde sonó por primera vez la canción de las canciones, Salve. Para entonces ya contaban con el primer single, Y ahora qué, pero aquello, que tuvieran  o no tuvieran disco, nos daba igual. 

Grupos como La Polla Records representaban la más inimaginable transgresión que ni tan siquiera nos habíamos atrevido a soñar, y, con la fe del converso, íbamos a absorber sus canciones como si fuésemos esponjas, algo que hacíamos entre trago y trago de lo que hubiera. Por otra parte, tampoco íbamos a aquellos conciertos por apoyar a las bandas, sino porque nos gustaban. Porque eran ‘auténticas’,  que se decía en la época. A lo que sí que íbamos por militancia era a manifestaciones como las organizadas aquel año para protestar contra los continuos cierres (‘txapes’, en terminología de la época) de Radio Paraíso. 

Animados por la tenacidad de aquella emisora y tal vez espoleados por las embestidas que le eran propinadas desde el Gobierno Civil, la gente de los grupos ecologistas de Pamplona decidió en 1982 poner en marcha otra radio libre en la ciudad, surgiendo así Eguzki Irratia. Pues bien, como si se tratara de celebrarlo, con motivo del primer aniversario de aquella clausura de Radio Paraíso, la Policía se marcó su pequeña venganza cerrando a finales de marzo de 1984 las dos emisoras, dos al precio de una, procediendo ambas a organizar un concierto de protesta en mayo de 1984: la cita fue en el quiosco de la plaza del Castillo, y los artistas encargados de animarla, Rip y la Polla Records, en la que sería la presentación ‘oficiosa’ de Salve en Pamplona: la oficial sería en octubre de ese mismo año en el Pabellón Anaitasuna. 

Dicho 1984, además, vio mi debut en el mundo de las ondas y en el laboral. Desde que tuve uso de razón (musical), había soñado con hacer un ‘turno’ (así se les llamaba a los programas) en Radio Paraíso, algo que no conseguí, reactivándose dicho deseo a una con la irrupción de Eguzki Irratia. Y dicho y hecho. En aquel concierto conocimos a gente de dicha radio y mi sueño se hizo realidad. Los locales de la Eguzki estaban por entonces en la C/ Jarauta, en un cuarto piso, y los diferentes ‘turnos’ dejábamos y cogíamos las llaves en el bar Malembe. Aún recuerdo cuando llegó el Salve a la emisora, cómo recibimos el disco: todos y cada uno de los programas hicimos un ‘especial’.

Respecto a mi bautismo laboral, diré que pese a que estaba estudiando, la perentoria necesidad económica a la que siempre estaba abocado me animó a  buscar una ocupación. Así pues, decidí pedir trabajo en un bar de Calderería al que íbamos a diario, el Adiskideak. Y me cogieron para ayudar los fines de semana en verano, Sanfermines incluidos: Sobra decir qué disco compré el 15 de julio con parte de lo que cobré…

Ya con la cinta de Salve en mi poder, lo mejor fue llegar a casa y darle al Play: qué caras las de mi madre conforme se iban sucediendo las canciones, siendo el momentazo, el minuto de oro para la posteridad, la que puso cuando sonó Salve. Aquel disco lo tenía todo, incluso un orondo fraile en la portada que dio mucho juego en el hogar, pues se parecía endemoniadamente a un pariente carmelita. Viendo el éxito que estaba cosechando la cinta, por hacerles rabiar en casa, decía que el caricaturesco fraile era el pariente, que yo lo había dibujado y había mandado el dibujo al grupo. A partir de entonces, cada vez que sonaba  Salve, mi madre se ponía nerviosa y quitaba la luz de casa, para no escuchar la canción: con ningún otro disco se repitió tal reacción. 

A partir de entonces, vuelta actual a la actividad musical, prórroga o bola extra aparte, vi con asiduidad a La Polla Records durante veinte años, hasta que finalmente, en agosto de 2003, se separaron, siendo yo testigo, sin saberlo, de su antepenúltimo concierto en Estella/Lizarra. La cita contó con Tijuana in Blue como compañeros de cartel de lujo, en su azaroso regreso de dicho año… Además de La Polla Records, me voy a poner serio, algo más terminó para mí aquel mes de agosto musicalmente hablando: el siglo XX. Pese a que la carrera de Evaristo siguió siendo prolífica y suculenta (The Kagas, The Meas, Gatillazo), algo murió en nuestra alma cuando la Polla Records, tras más de dos décadas escribiéndola, pasaron a ser historia. Ya nada fue igual.

J. Óscar Beorlegui

Mi primera vez: así descubrí a Extremoduro

Extremoduro llegó a mi vida sin avisar. Sin premeditación, nocturnidad ni alevosía. Lo hizo como un amor tardío, cuando yo ya pensaba, qué osada es la juventud y qué atrevida la ignorancia, que a mis 25 años ninguna banda que pudiera escuchar me impactaría ya de forma determinante. Que ningún grupo podría alterar mis emociones tal y como lo habían hecho para entonces La Polla Records, Barricada o Cicatriz, por citar unos ejemplos. Ah, qué equivocado estaba, como años más tarde la vida y sus lecciones me lo volvería a recordar. 

Fue en agosto de 1992, año en el que me dejé caer por la Feria de Málaga. Allí sucedió todo. La primera noche, la única que se podía salir por el Centro de la ciudad (las restantes jornadas, en horario nocturno, la feria se trasladaba al Real, en las afueras de la capital) di con un bar de esos que horas antes hubiese pagado por encontrar. Con un bar… Imposible a priori en aquellos lares, en medio de aquel maremágnum de establecimientos llenos sus mostradores (y suelos) de botellas de fino, de faralaes, banderitas y típicos ornamentos sus techos y paredes y, a todo volumen, sevillanas  dando color al ambiente… 

Fui callejeando por la parte vieja y menos turística de la ciudad, por calles nada concurridas pese a la algarabía de otras próximas; de pronto tuvo lugar el hallazgo: Honky Tonk, leí un deslavazado cartel que pendía sobre un pórtico que parecía albergar gente en su interior. Y lo más importante para mí a aquellas horas: vida, más allá de lo que se cocía en la ciudad. 

Efectivamente, aquel era el local que mi instinto, aun sin saberlo, llevaba horas buscando. Allí, ante mí, estaba la razón que me había llevado a caminar y profundizar por aquellas callejuelas de andar seguramente inmoral. Honky Tonk, estaba abierta la puerta, todo un mundo de previsibles placeres conocidos se me ofrecía: una atmósfera cargada en su punto; gente vestida de forma normal, bafles cutres escupiendo a todo trapo rock and roll, cubatas digeribles para el bolsillo…  Sobra decir que allí me quedé toda la noche.

Al día siguiente, por aquello de despejar la niebla gris de mi cabeza, salí con mi walkman a mediodía, pero lejos de buscar la playa o el paseo marítimo, regresé sobre mis pasos con la fe del converso: fui a ver si existía aquel bar o todo había sido fruto de una ensoñación. Sí, allí estaba, y abierto. Recién fregado el suelo aunque la barra todavía era pasto de ceniceros llenos, botellines semivacíos y vasos apegados. Y allá estaba el mismo camarero que la noche anterior, afanándose en recogerlo todo. Tras pedir Coca Cola con mucho hielo, me ofrecí a echarle una mano, y pronto entablamos conversación: charla que, indudablemente, comenzó a girar alrededor de la música. 

El hombre quedó impresionado cuando le hablé de los nuevos discos de bandas vascas que habían sido publicados aquel año, ¡no tenía ni idea! Conocía a los grupos que le nombraba, pero no sabía de la existencia de aquellos trabajos ni, lo verdaderamente preocupante para él, tampoco cómo conseguirlos.

Pasó la semana de Feria, y la víspera de volver a Pamplona, pasé por el Honky Tonk a despedirme. En señal de amistad, decidí regalarle al camarero las cintas grabadas que me había llevado de vacaciones: los nuevos discos de Cicatriz, Negu Gorriak y Soziedad Alkohólika. El hombre se quedó sin saber qué decir, mirando las cintas como si de pequeños tesoros se tratase, hasta que en un momento dado se encaminó al almacén regresando con un disco de vinilo: “toma, te voy a regalar este disco, a ver si te gusta. Dejó un tipo un montón para vender y no he vendido ninguno”, me dijo extendiéndome el LP. “¿Los conoces?”, continuó.  Se trataba del Somos unos animales, segundo álbum de Extremoduro. El nombre me quería sonar, lo había visto escrito alguna vez, pero no los había escuchado. 

 Ya de vuelta a Pamplona, tras darle vueltas y más vueltas (al vinilo y a la cabeza: reconozco que aquel disco me la voló), caí. Ya sabía dónde había visto antes aquel nombre tan singular: en mi casa. ¡En una maqueta que había comprado el año anterior porque salía La Polla Records! Se trataba de una cinta que reunía canciones de Extremoduro y La Polla por la cara A y de Potato y Rosendo, por la B. El artefacto en cuestión, aquello era pura metralla sonora, se grabó en septiembre de 1990 durante un concierto celebrado en las fiestas alternativas de Mikelin 90 en Abetxuko, Gasteiz. Las canciones de Extremoduro que se incluyeron fueron Jesucristo García (con la posterior Ama, ama, ama y ensancha el alma recitada como introducción por un torrencial Manolillo Chinato) y Emparedado. Sobra decir lo impactado que me quedé cuando las escuché… y el cargo de conciencia que me entró por no haberlo hecho antes de aquel día, teniendo la cinta en casa como la tenía.

A una con el descubrimiento, pronto cambiaron las tornas, pasando a ser aquellas canciones, desde entonces, las más escuchadas de la cinta: y ya no solo en mi casa, sino principalmente en el programa que por entonces hacía en la radio libre de Iruñea Eguzki Irratia, espacio radiofónico cuya sintonía de entrada, además, pasó a ser La canción de los oficios, y la de salida, Quemando tus recuerdos, ambas de Somos unos animales. Ni que decir tiene que todas las semanas llamaban oyentes preguntando por aquel grupo que amenazaba con volar y revolucionar almas, corazones y cabezas sin posibilidad de vuelta atrás. 

¿Cómo había podido vivir hasta entonces sin aquella banda?, me preguntaba una y mil veces escuchando sus canciones sin cesar; unos temas de provocador carisma y deslenguada personalidad marcados a fuego por la malencarada voz de Roberto Iniesta, piedra angular del grupo. Pronto descubrí que aquellos Extremoduro contaban con otros dos discos que yo no conocía, y que adquirí de inmediato: los descomunales Rock transgresivo (Tú en tu casa, nosotros en la hoguera) y Deltoya. “Bueno, no hay mal que por bien  no venga”, pensaba  para mí tratando de autoconsolarme siendo consciente de lo siguiente, por otra parte: de la inmensa suerte que había tenido, pues no en vano se habían presentado en mi vida sin avisar, como acostumbran a llegar las cosas buenas, y con aquellos tres trabajos (maqueta aparte). De golpe, dando todo un golpe de mano en mi ser cuando ya pensaba que lo había visto todo…

A partir de entonces llegué puntual a sus restantes discos y pude asistir a inolvidables conciertos de Extremoduro. Fascinantes siempre. Irrepetibles, con la música y el caudal lírico de Robe desangrándose a borbotones sin que nadie pudiera contener la hemorragia. Con el magma sonoro resultante salpicando a diestro y siniestro como si de lava se tratase.  

Una cosa me quedó clara desde aquellos días: aquellos Extremoduro habían venido para quedarse.

J. ÓSCAR BEORLEGUI