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Mi primera vez: así descubría Marea

Una noche de Abril de 1999, un día cualquiera. Estoy en el Zumadi, bar que regento en Burlada, adelantando faenas de cara al cierre, cuando se abre la puerta y entran dos chavales, que a ver si les pongo un par de cañas y una cinta que me ofrecen. Me suenan de vista, de verlos por el Black Rose. Uno de ellos ya me había comentado que tenían un grupo: La Patera, se llamaban. Que ya me traerían una cinta al bar, me dijeron. Y allí estaban aquella noche, con su maqueta, titulada Marea, grabada en una TDK que aún conservo. Puse el casette y me sorprendió, pintaba bien la grabación. Dejé correr todas las canciones, desde la que le daba título hasta Como quiere tu abuelita, la última, y para su sorpresa volví a darle al play. Y empezamos a hablar: que a ver si conocía a Kutxi, que ya vendría otro día…Y llegó dicho día y el tal Kutxi de su mano, y el resto del clan: de la tripulación de aquel peculiar barco pirata que por entonces era La Patera, integrada además de por César y el Piñas, los chavales que me dieron la cinta, por Alén (casualidades de la vida, trabajaba en la asesoría que nos llevaba las cuentas del bar) y Kolibrí: el ‘Uoho’ de los Marea, tal y como me sería presentado meses después. Al día siguiente quedé con Kutxi para olernos de forma más pausada. Poco a poco los desembarcos de La Patera en el Zumadi fueron sucediéndose cada vez con más frecuencia (he ahí la sensación que me quedaba cuando llegaban, de estar ante un desembarco), hasta que llegó un momento en el que terminé por saberme parte de la tripulación.

“Va a subir la marea / y se lo va a llevar todo”, había cantado casi una década antes Roberto Iniesta en la ópera prima de Extremoduro, sin saber cuánta razón encerraban sus palabras. Que aquellos versos estaban llamados a ser proféticos: por azar del destino, La Patera acabó transformándose en Marea y, salvo a la banda de Robe y pocos más, cual tsunami todo se llevó.

Kutxi y yo no perdimos el tiempo para quedar, citándonos en un bar un día después de nuestra primera vez en el Zumadi. Ya allí, para abrir boca, me confesó que le había gustado mucho una entrevista que había hecho a Extremoduro con motivo del lanzamiento de Canciones prohibidas, publicada en El Tubo,  diciembre de 1998. Que sepas que la tengo colgada en mi cuarto, dijo mirándome. Viendo la pasión y confianza con que me estaba tratando, pensé que aquel tipo y yo teníamos bastante que ver, y le correspondí con la misma cercanía. Tras hablar un buen rato de música y confiarnos mutuamente curiosas peripecias relacionadas con ella, la conversación se escoró hacia el terreno de la literatura, confesándole yo algo que aún no conocía mucha gente: que también escribía con el ‘alias’ de El Piloto Suicida: con cierto éxito, con todo el éxito del mundo para mí (esto no le dije), toda vez que dos años atrás había comenzado a enviar artículos a Egin así firmados y, pese a que no sabían quién era, salían publicados. Kutxi me miró abriendo los ojos más si cabe: que sepas que el artículo que escribiste sobre la muerte de Lady Di (Di de dinero, Di de difunta) lo tengo colgado al lado del de Extremoduro, fueron sus palabras. Desde esos días nos hicimos inseparables, él, yo y los Marea en general.

A partir de ahí nuestros caminos se enredaron para siempre, quedando yo con ellos por sistema ya para asistir a conciertos de otros (siendo la primera vez a propósito de la primera visita de King Putreak al Terminal, serían unas cuántas más), o de La Patera, como el ofrecido en el mes de mayo en el Maiatza Rock de Burlada. O ya con el nombre de Marea, en agosto de dicho año en el Black Rose. Viendo yo la aceptación que estaba teniendo la banda, el no se sabía qué que tras sus conciertos quedaba flotando de forma mágica en el ambiente, una cosa tenía clara: aquel grupo tenía algo. Estaba cantado, sí: y más que lo que iba a ser cantado con el tiempo Marea, el primer tema de aquella primera maqueta.

Ya en diciembre, los Marea me hicieron un hueco en su furgoneta para ir con ellos a Vallekas, a un bolo de presentación en la legendaria sala He Be. Conducía June, encontrándose en Madrid de promoción Alén, César y Kolibrí. Cosas del invierno, la ida se transformó en una odisea de casi doce horas de duración pasada por nieve, retenciones y frío, teniendo yo la ocasión de ver de primera mano una de las caras del rock menos conocidas y una de las más duras: la referida aquella mañana de diciembre a la carretera, al filo de lo imposible por momentos, con sus invernales/infernales circunstancias a flor de asfalto en algunos tramos: vuelcos, camiones en las cunetas abiertos de patas en una especie de “espagat”, interminables e intermitentes paradas… ¿Lo  mejor del viaje? Esto… La música aportada por el primer disco de un grupo que, compañeros de discográfica de los Marea por entonces y con su primer disco recién publicado, en pocos meses daría infinitamente que hablar.

Finalmente, con el tiempo justo, sobre las 19:30 llegamos a la sala He Be, donde, ante cerca de treinta personas (en el mejor de los conteos, Kike Turrón entre ellos) tocaron los ocho temas de la maqueta más algunos nuevos, con uno de estos, Corazón de mimbre, brillando con luz propia. Toda vez que al día siguiente casi todos teníamos que volver a casa por temas de trabajo, tras depositar la furgoneta en un aparcamiento denominado ‘Poético’ (ni habiéndolo buscado a propósito), nos retiramos pronto a descansar, a un apartamento a todas luces insuficiente para todos: allí, aquella noche, Alén y June me mostraron como nunca antes hizo nadie su gran corazón y humanidad.

El año 2000 trajo nuevos viajes (cómo olvidar la primera vez a Villar del Arzobispo, Valencia, donde se tocó en un disco-pub, o a Agurain, invitados al concierto del 20º aniversario de La Polla),  y nuevo disco, Revolcón, tras ver el grupo la inclusión de una de sus nuevas canciones, Si viene la pestañí, en el recopilatorio veraniego Aurtengo Gorakada, que con gran éxito llevaba lanzando desde 1997 su nueva discográfica, GOR. A dicho pueblo de Valencia regresaríamos varias ocasiones más, compartiendo carteles con Berri Txarrak, Boikot, Soziedad Alkohólika o Barricada. Con motivo de una de aquellas visitas, se hicieron unas botellas de vino conmemorativas, correspondiéndome el honor de salir en la etiqueta. Ya con unas botellas en mi poder, decidí regalar una a mis padres. Y en buena hora, he aquí qué dijo mi madre al reconocerme en ella: “me parece muy bien que vayas a fiestas de los pueblos, pero que vuelvas en las botellas…”

Apenas entrados en 2001, nuestro primer viaje fue a Muxika, Bizkaia, para visitar a Iñaki ‘Uoho’ Antón, cuyo nombre se llegó a barajar para asumir la producción de Revolcón, aunque la cosa quedó en nada: algo que se haría realidad al año siguiente, aunque aún no lo sabíamos. Y allí que fui con ellos, toda vez que yo puse a ambas partes en contacto: no en vano para entonces había entrevistado tres veces al legendario guitarrista de Extremoduro y aún de Platero y Tú. Ya en primavera, dicho año llevó al grupo por primera vez al Viña Rock, correspondiéndoles abrir el festival, y en verano, a protagonizar en la Aste Nagusia de Bilbo un concierto junto a los Platero, uno de los últimos antes de su separación.

2002 vio la grabación del tercer disco, Besos de perro, con ‘Uoho’ al mando de la nave, y de manos de dicho álbum, tres, dos, uno, ¡cero!, llegó el final de la cuenta atrás hacia el comienzo del éxito masivo, sin que el mismo haya decrecido en ningún momento hasta la hora de redactar estas líneas: más bien al contrario, habiéndose acrecentado exponencialmente disco a disco, gira a gira. Por cierto, en dicho 2002 Marea regresarían al Viña Rock, correspondiéndoles cerrarlo.

2004 vio un nueva ‘excursión’ a Madrid por un motivo que, a partir de entonces, a una con la publicación de todos sus discos, se convertiría en habitual: la recogida de un primer Disco de Oro por las ventas de Besos de perro, recibiendo yo también uno que me fue entregado por Alfredo Piedrafita: algo, recibir un disco de oro concedido por Marea, que volvería a disfrutar en 2007 en puertas del primer viaje transoceánico del grupo, (por las ventas de Las aceras están llenas de piojos, me lo entregó Rosendo); 2012 (por las de En mi hambre mando yo (me lo trajo Kutxi y me lo dio en nuestro bar de cabecera, el Manolo de Santa Engracia de Pamplona) y en 2019 por las de El azogue, recogiéndolo en esta ocasión de manos de Iñaki Antón y Roberto Iniesta: solamente por haber sido objeto de semejantes distinciones me considero más que pagado en el mundo del rock & roll. Marea en fin. Mis hermanos en lo bueno y en lo mejor, nada que reprocharles en tantos años de compadreo, ¡la madre del cordero, desde Nochebuena de 1997 la que han liado! La madre del cordero y del rebaño entero. Y de cuantas madres engendraron el rebaño. Mis Marea, única banda de su nivel y trayectoria que, tal vez porque se quieren, continúa conformada cerca de veinticinco años después por sus mismos cinco miembros originales. Y lo que te rondaré morena, siendo los mismos que cuando empezaron y como los dedos de una mano siempre, uno para todos y todos para uno. Como siempre fue, ha sido y será, capitaneados por un Kutxi experto en dibujar nuevas piruetas en cada nuevo salto mortal, demostrando siempre una fortaleza y una agilidad metal fuera de lo común: y, a la chita cantando, coser y cantar, ahí siguen, hilvanando melodías y emociones en su particular rueca, prestos al unísono a acariciar almas y espíritus con su música o a golpear: a dar golpes de mano con cada uno de sus lanzamientos, áureos ya por definición. Kutxi, Alén, César, Piñas y Kolibrí, más grandes que la luz del sol.

J. Óscar Beorlegui