Entradas

Mi primera vez: así descubrí a Kojón Prieto y los Huajolotes y a Tonino Carotone

Tras la difusa disolución de Tijuana in Blue, quienes aún volverían a las andadas en 2003, lo que entre 1992 y 1995 causó sensación en la chiquita y apañada capital que siempre fue Pamplona fueron Kojón Prieto y los Huajolotes, vuelta de tuerca de lo que habían representado los Tijuana en sus comienzos perpetrada por Eskroto tras un iniciático viaje a México, tras su salida del grupo: viaje del que regresó reconvertido en Gavilán.

Al igual que lo que se dice de la guerra, que es la continuación de la política por otros medios, algo parecido  podríamos decir que fue el nuevo conjunto capitaneado por él: la revuelta definitiva en el frenopático. La continuación del espíritu más festivo de la banda madre… por otros derroteros, resultando estos más fiesteros todavía. Tomando la música norteña como singular punto de partida, semejante repunte fiestero trajo una oleada de canciones que lucían escoradas hacia una sonoridad irreverente y acelerada, nada que ver con la de los tradicionales corridos y rancheras, quedando bautizado el nuevo estilo como Napar-Mex: una suerte de tex-mex a la navarra.

A Eskroto ya lo conocía, no así a Gavilán. A este lo conocí un mes de invierno de 1992, a su regreso de México. Fue una noche de madrugada en un bar. De repente entró un tipo con bigote, enfundado en un traje marrón con la cabeza cubierta por un sombrero de cuero color crema. Él y los clientes  nos miramos frente a frente, sin reconocerlo nadie de primeras. Era él, Gavilán, tal y como se presentó rompiendo el silencio, quitándose el sombrero y saludando a la parroquia: ¡óralee!

Más que él a la música, podríamos decir que la música volvió a Eskroto/Gavilán tras dicho viaje a México, plasmándose esto al poco de su regreso en un programa de radio que comenzó a hacer en Eguzki Irratia, Fiesta mexicana y en el nacimiento de los Huajolotes en la antesala del verano de 1992. Al frente de esta banda no solo daría el Do de pecho, sino todas las notas, además de la nota como nunca antes la había dado. Y reconozco que esto es mucho decir. 

Kojón Prieto Azabache y los Huajolotes (este fue al principio el nombre del conjunto, tal y como llamaba Gavilán a sus grupos) comenzaron a fraguarse por las calles del casco viejo un sábado por la noche con el consiguiente añadido de la mañana del domingo; posteriormente, llegada la hora de comer, la comitiva nocturno matinal desembocaría en la Herriko Taberna de la calle del Carmen, donde yo me encontraba trabajando. Sobra decir que allí, entre el bar, el comedor y la cocina prosiguió desbordándose el estrambótico caudal formado por rancheras de siempre y conatos de canciones de la todavía nonata formación. A vuelta del verano, los llamados a partir de 1993 a ser los ‘Reyes del Naparmex’ regresaron a la Herriko, ofreciendo un concierto a la vieja usanza en la calle del Carmen, la noche del sábado de San Fermín Txikito.

 Ya en 1993, vivieron días de vino y rosas (principalmente de lo primero)  como el 26 de junio, siendo indiscutibles protagonistas en Pamplona de un sonadísimo acto: en la ciudad epicentro del Opus Dei, de la parodia de beatificación del legendario mono Txary de la Taconera, en repuesta a la ‘beatificación’ de Escrivá de Balaguer perpetrada un año antes. Tras tan solemne acto, bajo los sones de una acertadísima versión de El buey de la barranca (‘sacaremos a ese mono de la jaula / y en su lugar meteremos al… ‘),  partieron en alegre y tumultuoso pasacalles hacia la plaza de toros, con el Gavilán abriendo la comitiva pendón de los Huajolotes al frente ante las caras de extrañeza de los pamploneses de orden, quienes creían estar viendo a unos curiosos mariachis de verdad.  ¿Para qué iban los Huajolotes a la plaza de toros? Porque con motivo de la publicación de su primer disco fueron incluidos con bandas como Barricada, Flitter o Sátira en un concierto organizado bajo la denominación de ‘Diez años de rock en Navarra’. ¡Ándale mis güeyes qué día tan rechulo!

Con dicho primer disco el conjunto dio totalmente en la diana con el tema Insumisión, obra de uno de sus integrantes, Antonio de la Cuesta, Toñín, conocido como el Rey del Vodevil: un artista en la sombra que hizo sus primeros pinitos a la chita callando soplando la armónica, antes de comenzar a dar que hablar y casi dar un ‘sospasso’ general, aportando con sus composiciones la sal y pimienta al repertorio: con temas propios como Los bigotes de la muerteBilbainada o Carcelero (además de Insumisión, flor y nata las cuatro del cancionero huajolote) o con acertadísimas versiones de Luis Aguilé, (Es una lata el trabajar), Luis Aguilar (No me casaré) o Albano y Romina Power (Felicita), clara sintomatología de lo que estaba por llegar. 

Poco amigo de la corneta y muy amigo de revolucionar al personal, Toñín,  insumiso declarado, fue consecuente con su tema Insumisión, dando en 1994 con sus huesos en diferentes prisiones del Estado. Tan peculiar ‘gira’ arrancó en la ya derribada prisión de Pamplona, al lado del paseo de Antoniutti. En Sanfermines, en dicho enclave se celebraban las verbenas. Recuerdo una orquesta tocando Insumisión una de las noches, ante la aprobación y el regocijo popular. ¿La escucharía Toñín desde la cárcel? ¿Qué pensaría? 

Finalmente, tras el verano de 1995 los Huajolotes se cortaron los bigotes. Se separaron, circunstancia que, en un proceso de transformación  bastante similar al vivido por Eskroto tras su salida de los Tijuana, llevó a Toñín a presentarse en sociedad como Tonino Carotone

Ni soy adivino ni voy a apuntarme tanto alguno, pero desde la primera vez que escuché a Toñín pretendiendo hablar italiano y descubrí su reencarnación en Tonino, finales de 1997, fui consciente de que estaba ante algo fuera de lo normal. Fue tras una cena de los Huajolotes organizada por la publicación de ¡¡Échenle guindas!!, recopilatorio póstumo. No sé cómo, los dos terminamos de amanecida por ahí. Aún veo a Antonio de la Cuesta presentándose como Tonino di la Rampa por los ‘afters’, y no puedo evitar esbozar una sonrisa. 

Obrando tal y como lo hiciera en su día Eskroto (con un nuevo nombre, regresando a la escena mutado en mejicano), el otrora ‘Rey del Vodevil’ preparó su regreso a los escenarios tras visitar Italia en 1995 en el marco de una caravana por Europa reivindicando el movimiento insumiso, y lo hizo transformado en italiano bajo el desvergonzado nombre de Tonino Carotone: destapando su particular tarro de las esencias, ingeriéndolo de un trago y echándole toda la cara posible al asunto. De ahí lo de ‘carotone’. ¿Su objetivo? Vender canción italiana al mundo, algo que hizo sin despeinarse, haciendo de punta en blanco el zascandil y el majadero como si de un ‘cavalliere’ mediterráneo se tratase, con el arte y los modos de los simpáticos buscavidas de toda la vida. Y en un tiempo record lo consiguió.

Con temas como Me cago en el amorTu vuó fà lámericano, de Renato Carosone (haciendo realidad Carotone la gran ironía de grabar la canción con él), Sapore di mare Pecatore, el artista, en total estado de gracia, cayó en gracia allí donde se presentó, no pudiendo evitar sucumbir a sus encantos ni los propios italianos: más bien al contrario, quedando prendados de sus canciones desde que lo conocieron y alzando su primer disco, Mondo difficile, hasta el número 1 de las listas de ventas. Vivir para ver. A este trabajo le seguirían dos más, Ciao mortali! y Senza retorno, expandiéndose su arte por Europa y América como un reguero de pólvora.

Una cosa queda clara con Antonio de la Cuesta/El Rey del Vodevil/Tonino Carotone de por medio, echando la vista atrás: que el que la sigue la consigue. Que tanto va el cántaro a la fuente que al final la que también puede romperse es la fuente, golpe viene golpe va. ¿Por qué no? Que a veces todo es cuestión de proponérselo, habiéndose llevado nuestro artista al morral imposibles como la desaparición del Servicio Militar Obligatorio o el haberse convertido en toda una estrella de la canción en países como Italia, Grecia o Argentina. Bien por él. ¡Chapeau!

Dedicado a la memoria de Eskroto/Gavilán, fallecido en noviembre de 2003

Mi primera vez: así descubrí a Tijuana in Blue

En la década de los ochenta, más allá que por cuestiones de orden musical, uno asistía a conciertos, casi siempre callejeros, básicamente por dos razones, por la transgresión que aquello suponía en una ciudad tan mojigata como Pamplona/Iruñea y por provocar –en el sentido de molestar- con nuestra presencia a las gentes de orden. De ordeno y mando, quiero decir. “Aunque esté todo perdido / siempre queda molestar”, que habrían de cantar Kortatu en El estado de las cosas, su segundo álbum. Anticipándonos unos años a dicha letra, no éramos pocos quienes apuntándonos a cuantos bombardeos con forma de conciertos se nos presentaban, pintábamos calva la ocasión haciendo buena la canción.

Íbamos, en suma, por pasarlo bien. En 1985 cuando asistías a un concierto eras consciente de que podía pasar cualquier cosa, aparición estelar de  golpe y porrazo de la fuerza pública azul, verde o marrón e inmediato desconcierto y dispersión del público incluida. Sobra decir que en los casos en que esto no ocurría el fiestón que se fraguaba a ambas alturas del escenario era mayúsculo, creyéndonos reinar todos por encima del bien y del mal. Si hubo un grupo en la ciudad que personificó desparrame y espíritu díscolo y festivo como ningún otro esos fueron Tijuana in Blue, siendo la sorpresa del momento: una banda imposible (que tal vez por ello fue posible) cuyos integrantes, comandados por Jimmy y Eskroto, eran capaces de reírse hasta de un cuadro… Marco incluido, encontrando espacio en su repertorio todo tipo de histrionismos, chanzas y parodias. Habiendo ‘zascas’ (tal y como se dice ahora) en sus canciones para todo. Para todos. 

De manos de las inquietudes del grupo, qué duda cabe, se abrió un claro entre las nubes y se acabó la quietud, imponiéndose su luminosidad entre 1985 y 1988 al gris Pamplona, tonalidad predominante desde siempre en la ciudad: cosa también de las connotaciones del nombre de la banda, imponiéndose también dicha luz sobre el nihilista negro total proclamado por otros compañeros de viaje como los RIP.  

A Jimmy y Eskroto los conocía de verles en cuantos saraos se fraguaban en el Casco Viejo de Pamplona con el fin de ¿dinamizar el ambiente? De dinamitar la vieja normalidad heredada del post franquismo –más bien-,  dando ambos la sensación de ser el perejil de todas las salsas: mi sorpresa fue mayúscula cuando les vi aparecer en Lumbier al frente de Tijuana in Blue, en el concierto organizado en el marco de las fiestas patronales para presentar la cinta Iruña for Katakrak. ¿Qué hacía yo en Lumbier? Mi familia materna era de la villa, por lo que en los veranos tocaba ir al pueblo. Mis padres creían que donde mejor podía estar mi yo adolescente era en Lumbier, alejado de las amenazas y peligros (léase drogas básicamente) que, en su opinión, nos acechaban en la ciudad: según ellos, ¡¡si incluso las daban gratis y si te despistabas te las echaban hasta en el Cola Cao!! Ah, escuchar campanas sin saber dónde, qué malo ha sido siempre… Qué equivocados mis progenitores, cuando lo que pasaba era justamente lo contrario: que las denominadas ‘drogas’ costaban una pasta y, como más de un yonky ya había tenido ocasión de comprobar, quien recibía con frecuencia el Cola Cao era su dosis de caballo, cortada así por el vendedor para hacer más provechoso el negocio.

Para entonces, 1985, ya hacía dos años o tres que había descubierto en Lumbier el bar La Cueva, epicentro de la vida social de quienes más o menos pensaba que eran como yo: la de ‘duros’ que me dejé en su sinfonola escuchando Este Madrid, de LeñoFast as a shark, de AcceptHormigón, mujeres y alcoholCanciones desnudas Al límite, de Ramoncín o, desde el año anterior, Eh txo, de otro grupo local de los llamados a comérselo todo, Hertzainak: de hecho, entre 1984 y 1992 llegarían a llenar por lo menos en seis ocasiones el pabellón Anaitasuna.

Ya metidos en faena, el ambiente de las horas previas al concierto lució  marcado por la curiosidad –en un primer momento-… y por la desconfianza general de los sheriffs del lugar acto seguido, a la vista de las pintas de buena parte de quienes aquella tarde noche se acercaron a la plaza de los Fueros de Lumbier: un respetable más que presto y predispuesto a desfasar (en muchos casos) que, en su ‘puestón’, no dudó a la hora de cruzar incluso ciertas líneas rojas locales, invisibles a ojos de los foráneos pero pintadas y remarcadas con trazos gordos en el subconsciente colectivo de la localidad. 

Tijuana in Blue actuaron de madrugada, en último lugar, descargando en parte el ambiente con su filosofía etílico-hedonista y sus experimentales y despreocupadas canciones: con unas composiciones/parodias musicadas en muchos casos como La flauta de BartoloEl ReyTres tristes tigres o el himno de Katakrak, reescrito sobre el de una conocida Peña sanferminera. Además, también sonaron otras como Una de piratasRebelión medieval o Bebe y olvídalo, incluidas en 1986 en su disco debut compartido con Potato (siendo esta última su aportación a la cinta Iruña for Katakrak) o Ídolos, claro exponente de la filosofía del grupo en sus inicios. En una plaza sembrada de irónicas octavillas en las que se aludía a la africanía de Navarra y a la libertad de un tal Omar Omonte, el fin de fiesta post concierto se alargó durante casi una hora con una delirante improvisación en la que, bajo un ritmo tan básico como festivo, se reivindicó en euskera  dicha africanía de la práctica totalidad de los pueblos de la comunidad foral: “Iruña, Afrika da”; “Tutera, Afrika da”; “Ilunberri, Afrika da…”

Pronto, muy pronto volví a ver a Tijuana in Blue, haciéndome absolutamente incondicional: fue en octubre de dicho 1985, en fiestas de Arrosadia (La Milagrosa por entonces), siendo nuevamente de alto voltaje el desparrame, y, posteriormente en diciembre, en un local de mi barrio, Errotxapea, conocido como El Barracón. Esta cita, de marcada connotación transgresiva, fue organizada por Eguzki Irratia para la noche del 24 de diciembre, subiendo con ellos al escenario Fiebre y Refugiados. El escándalo en mi casa fue de aupa cuando, tras la ceremoniosa cena familiar, dije que iba a salir: hacerlo en Nochebuena aquellos años era impensable, una herejía, poco menos.

Viento en punk a toda vela,  tras actuar los años siguientes del uno al otro confín (quedando en nuestra memoria conciertos como el dado en el parque de la Media Luna de Pamplona, junio de 1987, con motivo de la presentación del TMEO), la vida no siguió del todo igual para Tijuana in Blue a partir de finales de 1997, siendo testigos sus siguientes discos (A bocajarroSopla, soplaSembrando el pánicoVerssioneando Te apellidas fiambre) de no desapercibidos volantazos musicales y reajustes estilísticos: de una progresiva desescalada del espíritu festivo del conjunto, acentuada definitivamente con la salida de Eskroto del grupo en 1990. Finalmente, en verano de 1992, la banda desapareció. 

Tras volatizarse sin apenas meter ruido –curiosamente-, el espíritu más genuino de Tijuana in Blue recuperaría el riego y la chispa ese mismo año, 1992. Y, de manos de un Eskroto reconvertido para la ocasión en Gavilán, lo hizo dando lugar a una contagiosa segunda oleada con forma de nueva banda, Kojón Prieto y los Huajolotes: formación imposible (nuevamente) en la que, además, terminaría brillando con luz propia un personaje del séquito de los Tijuana cuyas dotes musicales desconocíamos hasta entonces, Toñín, quien a una con el siglo XXI arrasaría bajo el alias artístico de Tonino Carotone. Fuera de toda duda, con los Huajolotes, llegó el ansiado rebrote, el del alocado espíritu de Tijuana in Blue, para muchos la banda más querida de nuestra capital.

J. Óscar Beorlegui