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Mi primera vez: así descubrí a Eskorbuto.

Hace tiempo, bastante tiempo, fui a fiestas de Barakaldo para ver a Eskorbuto, y comprendí casi todo lo que presagiaban las canciones del inmortal trío de Santurtzi. Me vais a perdonar, pero esta vez voy a empezar por el final. Por las reflexiones que me fueron sugeridas por tan iniciático viaje: allí, en la otrora localidad fabril, les vi por tercera y última vez, pudiendo comprobar cómo eran profetas en su tierra Eskorbuto: la banda más controvertida, polémica (honesta según ellos) y diferente de cuantas en los ochenta parió el país: razón por la que tal vez nunca dejaron indiferente a nadie.

1988, 15 de julio, es viernes. 7 o así de la mañana. Tras una última noche sanferminera, viendo todavía todo en blanco y rojo, leo en el periódico que esa noche tocan Eskorbuto en fiestas de Barakaldo. Decido ir, dicho y hecho. Voy de empalme a la estación de autobuses, Burundesa y a Bilbo. Ya en ruta cae una cabezadita, algo a lo que se presta el viaje, de cerca de 4 horas de duración. Duermo lo suficiente como para despertar medio sobrio y caer en un pequeño detalle, sé quién soy pero no con exactitud de dónde vengo ni a dónde voy: veo que me miran raro pasajeros y revisor, voy vestido de poluto blanco sanferminero… 

Ya en Barakaldo, antes y durante los conciertos (abrieron Parabellum y cerraron Peter and the Test Tube Babies, autores del legendario Banned from the pubs que pronto versionarían los primeros como Bronka en el bar), pude comprobar in situ cómo era la famosa Margen Izquierda, Satanás, tu infierno es demasiado dulce… La realidad superaba lo que allí esperaba encontrar: desconfianza ante el futuro, comentarios sobre lo mal que iba todo y un buen número de tascas y casas regionales que parecían rivalizar entre sí por acoger a multitud de seres en edad de trabajar pero que, cosas de la vida, no tenían nada mejor que hacer; seguro que habían conocido tiempos mejores, o menos malos, pero ahora estaban allí un día sí y otro también con la incertidumbre acechando de cerca. Estaba claro que de seguir así las cosas, en poco tiempo allí no quedaría ni Dios…

Asestar: Dirigir un golpe contra una persona, objeto o pueblo. 
Sestao: Importante centro industrial de la Ría de Bilbao… (nota del autor: además de a Sestao, aplíquese la definición anterior a Barakaldo o Santurtzi; vaya golpe les dieron con el cierre de Altos Hornos y la reconversión).

Perdido el empleo, perdida la esperanza; perdida la ilusión… Puede ser cualquiera, cualquiera podía ser quien de un día para otro acabara en el paro, estando todos en el bombo. Además, para paliar la situación de la economía de la zona bajo mínimos tras la estocada, las autoridades prometían abrir en Sestao una acería. Valiente ironía, ¿no los habían dejado bastante ‘a cero’ ya? “Satanás, tu infierno es demasiado dulce, vente al nuestro, quedas invitado”. “Pelos largos, caras enfermas”,  cantaban ya enfermos los Eskorbuto, cronistas a pie de barro de este infierno hasta que el magma se hizo muerte y habitó en la banda, atrayendo en 1992 a Iosu y Juanma, vocalistas y guitarrista y bajista respectivamente, a su regazo. 

¿Qué decir del concierto? Articulado sobre el listado de Impuesto Revolucionario (tal y como fueron siempre los suyos desde otoño de 1986), que fue correcto y correoso. Brioso. Un multitudinario quiero y aún puedo forjado sobre la demencial, rabiosa y acelerada concepción del rock & roll del trío, con los asistentes, una multitudinaria y malencarada legión de punkies, cantando todo el tiempo y sintiéndose los amos de la noche.  

Tiempo después, bastante tiempo, otoño de 1994. Con motivo de la publicación de Aki no keda ni Dios, primer disco del trío sin Jualma y Iosu,  entrevisté para El Tubo al único superviviente, Paco Galán, el batería, y a los meses volví por la zona. Los señores de caras de no saber qué hacer parecían haberse ido, al menos no estaban por allí. Ni la mayor parte de las tascas ni de las casas regionales: cual perfecta onda expansiva, el paro de unos trajo el de los demás, enterrando vivos a todos sin distinción.

Como si de revivir el mito del Cid Campeador se tratara, Aki no keda ni Dios puso a cabalgar de nuevo a Eskorbuto tras las muertes de tan peculiares Quijote y Sancho (contrapunto perfecto el uno del otro), sonando el disco a Eskorbuto a pesar de todo: “Adelante, sin mirar atrás; adelante, sin piedad; adelante, y solo una vez más lloraremos por los muertos”, parecía querer decir con su publicación la por imperativo vital renovada formación. Con este trabajo se cerraba momentáneamente el círculo abierto en 1982 con la salida del single Mucha policía, poca diversión, canción con la que les conocí en 1983, prosiguiendo su trayectoria el trío en una frenética primera etapa con ZEN (Zona Especial Norte, 1984, compartido con los RIP), Eskizofrenia (1985), Antotodo, Ya no quedan más cojones Eskorbuto a las elecciones e Impuesto Revolucionario, lanzados estos tres últimos en 1986. 

El año siguiente, con la urgencia derivada de las adicciones de guitarrista y bajista cada vez más presente, nos regaló un disco extraño de primeras, Los demenciales chicos acelerados. Fruto de la siempre disparada y disparatada mente de Iosu, se trataba de un doble álbum conceptual, apocalíptico y altivo e introvertido y pretencioso a un tiempo, en el que el  pesimismo existencial, ya tan presente en Antitodo, se reconducía hacia un sardónico y macabro nihilismo que ya no les abandonaría jamás.

1909, la guerra, única higiene del mundo (Manifiesto Futurista, Filippo Tommaso Marinetti); 1987, Paz, primero la guerra, Eskorbuto. Dicha querencia y coqueteo con la autodestrucción, con la pareja paso a paso ya  rodando por el barranco, se ennegrece más y más en Las más macabras de las vidas(1988) y finalmente en Demasiados enemigos (1991): fuera de toda duda, más que un repunte del grupo este último disco a juzgar por su  calidad, la plasmación en canciones de la sensación del moribundo ante la inminencia del final. El testamento musical al menos de Iosu, quien, Adiós reina mía, No quiero cambiar, Intolerable, La mejor banda del mundo… ya era consciente de que se iba. De que, llegado el momento de la última pelea, el abismo que desde siempre le había separado del mundo se transformaba ya en fría fosa, lejos de metáforas y apologías. 

Dos veces más vi a Eskorbuto, además de la ya citada: la primera de ellas en Sanfermines de 1986, con el grupo anunciado dentro del programa oficial de fiestas. La cita fue el último día, el domingo 14 de julio, en el parque de Antoniutti, subiendo con ellos al escenario Ad Hominem, M.C.D. y Danba. Pero apenas seguí el concierto, ni tan siquiera el de Eskorbuto en su totalidad. ¿Qué pasó?

Lo que en principio debería haber sido motivo de contento para la parroquia rockera sanferminera (además la actuación era al lado de las txoznas o barracas políticas) fue motivo de mosqueos varios, quejándose los colectivos alternativos de Iruñea del proceder del Ayuntamiento, que organizaba actos como aquel en Sanfermines mientras negaba a diario a los grupos locales el pan y la sal. Siendo esto así, reunida la asamblea de barracas, se tomó la decisión de contraprogramar el evento municipal, organizando el mismo día 14 y a la misma hora un concierto alternativo  montándose el escenario a escasos 50 metros del ‘oficial’. ¿Los grupos llamados a tocar? Cicatriz (dos años después de su concierto del Jito-Alai), RIP, Ultimátum, Tijuana in Blue, Detritus, Danba (quienes hicieron doblete) y BAP!!, poniendo todos ellos la carne en el asador como si de una cuestión de estado se tratase.

Respecto a la segunda vez, fue en marzo de 1988 en la sala Ilargi de Lakuntza, donde protagonizaron una accidentada actuación, lanzamiento incluido al escenario de una botella por parte de una chica ante la letra de una canción…

Estamos en 2020, cómo pasan los años y las vidas, dejándonos ver lo dicho que hay cosas que nunca mueren: como las obras que trascendiendo a sus creadores y circunstancias siguen vivas con los años, desafiantes a su paso; como la de Eskorbuto, personificación de la esquizofrenia entendida como la muerte en vida y la vida en la muerte, adquiriendo en su caso toda la plenitud la palabra ‘vida’ tras la tragedia: Eskorbuto, banda que entremezcló dicho binomio, vida y muerte, en explosivo cóctel hasta el paroxismo más atroz: pasiones entrecortadas divididas en dos, gritan y gritan hasta perder la voz… Cierro los ojos y oigo a Iosu y Jualma gritando y cantando los dos hasta perder voz y vida, como cuando lo hacían sin que  casi nadie escuchara. Nadie escuchó. Eso sí, a día de hoy se les escucha, vaya que sí, contándose los ‘eskorbutines’ por el mundo por centenares de miles y siendo su impagable legado sonoro como la llama de un pebetero: inapagable…Vayan estas líneas en recuerdo de Iosu Expósito y Jualma Suárez, fallecidos en mayo y en octubre de 1992.

J.Óscar Beorlegui

Mi primera vez: así descubrí a Cicatriz

La primera vez que leí el nombre Cicatriz fue hace treinta y seis años, en julio de 1984; en plena desescalada hacia los Sanfermines en un cartel que anunciaba un festival denominado  S.Ferminiko Infernorock. La cita era en el Jito Alai, detrás del frontón Labrit, estando previstas entre las 19:00 horas del viernes 13 y las 7:00 del sábado 14 las actuaciones de hasta ¡17! bandas, entre ellas las de unos primerizos Los Rebeldes, Ser-Vicio Público o RIP.

Aquellos Sanfermines fueron muy especiales para mí, pues debuté en el mundo de la hostelería. ¿Mi destino? El Adiskideak de la calle Calderería, y mi horario, de 7:00 am a 10 am, para cubrir las necesidades etílico-festivas y alimenticias del personal en sus últimas horas de jarana o en las primeras del nuevo día: las de una clientela que, con el encierro en lontananza, ya no se tenía en pie o se acababa de levantar. Con un horario semejante, ¿cuál era mi plan? Dormir durante el día y salir con la cuadrilla y trasnochar directamente hasta el momento de ir a trabajar, algo que, al igual que cualquier otra jornada, hice el sábado 14 de julio, yendo muy entrada la madrugada al Jito Alai para ver a los RIP: responsables directos de que me encaminara hasta allí, toda vez que ya los había visto dos meses antes con la Polla Records en la Plaza del Castillo. Y de aquellas descubrí a Cicatriz.

Poco recuerdo de su actuación, si acaso a Natxo Etxebarrieta, su cantante,  en estado de ebullición total y que las canciones arrancaban y se paraban en medio de un gran desparrame, siendo lo más impactante la transgresión que su sola presencia en el escenario suponía.

Procedentes de Vitoria/Gasteiz, ciudad prima-hermana de Pamplona en muchísimos aspectos (muy conservadoras y tradicionales ambas, con importante presencia de curas, monjas y militares), Natxo, Pepín, Pakito y Pedrito, los Cicatriz, eran depositarios del espíritu salvaje de los Freak y de la banda que originariamente salió de sus cenizas como parte de un programa de terapia, Cicatriz en la Matriz, de quienes heredaron modos, maneras, cantante masculino, baterista, guitarrista y canciones como Escupe (“escupe a la ‘estupa’ / que va en su Ritmo”, en alusión al modelo de vehículo de la brigada de estupefacientes de la época, el Seat Ritmo), Cuidado Burócratas o Aprieta el gatillo, firmadas por el que fuera el cantante de los Freak, el hoy reconocido escultor Juanjo Elguezabal: autor de la escultura de El Caminante de Gasteiz que, dicho sea de paso, escribió letras en todos los discos de Cicatriz. Los tres obuses citados, incluidos en 1985 en el célebre Disco de los Cuatro, también iban  firmados por Pedro Landatxe, baterista, talento musical en la sombra y alma mater de los Zika, como se les conocería popularmente. 

Siendo esto así, pronto, muy pronto se materializó la conexión entre Pamplona y Cicatriz, multiplicándose de forma exponencial sus seguidores navarros conforme se iban sucediendo sus visitas: Pabellón Anaitasuna y frontón Bidezarra de Noáin en 1985, barracas políticas en 1986 en un caótico y multitudinario concierto (con nuevo disco recién publicado, Inadaptados), bar La Granja en otoño de 1987 con un jovencísimo Goar Iñurrieta como guitarrista en lugar de Pepín…

Habituales del Ttutt y con muy buenos amigos en la ciudad, como El Drogas, aún recuerdo la intensidad con que vivimos en el bar durante meses las canciones de Cicatriz, mediante una práctica que llevábamos a cabo los viernes a partir de las ocho de la tarde; cuando intuíamos cargado el ambiente, esto es, casi todos los fines de semana (“son las ocho y qué follón / en la manifestación…”) íbamos al Ttutt y a una con las señales horarias del reloj de la catedral comenzábamos a beber vinos, calentándonos a la vez que se encendían las calles con canciones de Cicatriz como Botes de Humo o cualquiera de las de InadaptadosEra un hombre, de la Polla Records; La línea del frente, de Kortatu Mucha policía poca diversión de Eskorbuto: qué subidones de adrenalina al ver desde el bar cómo corrían las botas de los antidisturbios al otro lado de la puerta, escuchándose cada vez más cerca, cual truenos tras los relámpagos, los pelotazos. 

Recuerdo que una tarde-noche de aquellas de nubes y claros (y claretes, más bien), tal vez a modo de editorial o resumen de lo que se vivía,  a una con los últimos estertores de la bronca sonó el Hay algo aquí que va mal de Kortatu, tema que Natxo cantó siempre en directo, desde los primeros tiempos, mano a mano con Fermin.

Tras años vividos a toda máquina, multiplicados por unos cuántos cada uno, en 1988, con fecha ya para la grabación de un segundo disco, Zikatriz (según se leía en la entrada) actuaron el 25 de mayo en la Plaza de toros de Estella/Lizarra, siendo este concierto el penúltimo de Natxo antes de un accidente de moto que lo dejó unos años fuera de juego, postrado en silla de ruedas hasta que, fuerza de voluntad y algo más de por medio, ante la incredulidad incluso de la clase médica, se levantó, quedando obligado, eso sí, a valerse de una muletas para andar. Y no solo se levantó, sino que en un increíble salto mortal volvió a poner en pie a Cicatriz, regresando en loor de multitudes con nuevo disco, 4 años, 2 meses y 1 día, y un par de conciertos, tres años después del de Lizarra: uno, el 8 de junio, en Gasteiz, y el otro, el 15, en Pamplona, donde llenaron el pabellón Anaitasuna  dando el grupo, en opinión de Natxo,  el concierto de su vida. Subidón, tras abrir para ellos La Polla Records. Ah, el grupo de Evaristo, cuántos conciertos protagonizó en este, el pabellón del rock por excelencia, ya propios, ya abriendo para otros en su vuelta (como en este caso) o haciéndolo en su despedida, algo que harían a finales de 1992 a propósito de la de Hertzainak.

Aún volvería a ver a Cicatriz otra vez en dicho 1991, esta vez en Bergara, en un concierto compartido en uno de sus regresos a los escenarios con aquellos a quienes un buen día de 1984 fui a ver al Jito Alai, los RIP. Con un grupo, al igual que Cicatriz, condenado a pasar por los escenarios como el Guadiana, yendo y viniendo. Poniéndose y quitándose de vez en cuando y que, como las Nochebuenas del villancico, se iban y venían, hasta que se fueron y no volvieron más… 

Tras haber vivido como un ciclón, a toda velocidad, y haber visto caer a toda la formación original; arrastrando su cada vez más castigado cuerpo como una cadena de presidiario, Natxo aún reorganizó los Cicatriz en otoño de 1994 para tocar en un concierto homenaje a Pakito, en el que también tocarían  RIP, registrando estos allí su disco en directo: algo que harían Cicatriz ese año en otro concierto, la víspera de Nochevieja, en lo que había sido la mítica sala Ilargi de Lakuntza. Con motivo de su publicación, en abril de 1995 me planté en Gasteiz y le entrevisté para El Tubo, revista en la que comencé en 1994 como entusiasta escribiente de rock & roll y en la que publiqué hasta el 2000 una larga lista de entrevistas y colaboraciones. Natxo y yo nos conocíamos por amigos comunes y por diferentes incursiones suyas en la Herriko Taberna de Pamplona, donde trabajé hasta 1993: Sanfermines de 1992, nunca olvidaré el día en el que tras entrar al servicio con su inseparable muleta y permanecer allí un buen rato (yo ya me temía lo peor), salió sin ella, dejándosela olvidada. Dicha muleta permanecería colgada durante muchísimo tiempo en el techo del local: la misma que a una con sus subidones, acababa volando en todos los conciertos, súper salvajes siempre, siendo dichos vuelos auténticos termómetros de la pasión con la que el cantante los vivía. 

A una con la entrada de 1996, el 5 de enero Natxo falleció, yéndose con él para siempre los Cicatriz, banda que tan profunda e imperecedera marca  dejó en la escena y en las almas de tantos de nosotros, connotaciones del nombre aparte. Vayan estas líneas en su memoria y en la de Papín, Pakito, Pedrito, Portu, Mahoma y Jul, estos tres últimos, de RIP.

J. Óscar Beorlegui

Mi primera vez: así descubrí a Tijuana in Blue

En la década de los ochenta, más allá que por cuestiones de orden musical, uno asistía a conciertos, casi siempre callejeros, básicamente por dos razones, por la transgresión que aquello suponía en una ciudad tan mojigata como Pamplona/Iruñea y por provocar –en el sentido de molestar- con nuestra presencia a las gentes de orden. De ordeno y mando, quiero decir. “Aunque esté todo perdido / siempre queda molestar”, que habrían de cantar Kortatu en El estado de las cosas, su segundo álbum. Anticipándonos unos años a dicha letra, no éramos pocos quienes apuntándonos a cuantos bombardeos con forma de conciertos se nos presentaban, pintábamos calva la ocasión haciendo buena la canción.

Íbamos, en suma, por pasarlo bien. En 1985 cuando asistías a un concierto eras consciente de que podía pasar cualquier cosa, aparición estelar de  golpe y porrazo de la fuerza pública azul, verde o marrón e inmediato desconcierto y dispersión del público incluida. Sobra decir que en los casos en que esto no ocurría el fiestón que se fraguaba a ambas alturas del escenario era mayúsculo, creyéndonos reinar todos por encima del bien y del mal. Si hubo un grupo en la ciudad que personificó desparrame y espíritu díscolo y festivo como ningún otro esos fueron Tijuana in Blue, siendo la sorpresa del momento: una banda imposible (que tal vez por ello fue posible) cuyos integrantes, comandados por Jimmy y Eskroto, eran capaces de reírse hasta de un cuadro… Marco incluido, encontrando espacio en su repertorio todo tipo de histrionismos, chanzas y parodias. Habiendo ‘zascas’ (tal y como se dice ahora) en sus canciones para todo. Para todos. 

De manos de las inquietudes del grupo, qué duda cabe, se abrió un claro entre las nubes y se acabó la quietud, imponiéndose su luminosidad entre 1985 y 1988 al gris Pamplona, tonalidad predominante desde siempre en la ciudad: cosa también de las connotaciones del nombre de la banda, imponiéndose también dicha luz sobre el nihilista negro total proclamado por otros compañeros de viaje como los RIP.  

A Jimmy y Eskroto los conocía de verles en cuantos saraos se fraguaban en el Casco Viejo de Pamplona con el fin de ¿dinamizar el ambiente? De dinamitar la vieja normalidad heredada del post franquismo –más bien-,  dando ambos la sensación de ser el perejil de todas las salsas: mi sorpresa fue mayúscula cuando les vi aparecer en Lumbier al frente de Tijuana in Blue, en el concierto organizado en el marco de las fiestas patronales para presentar la cinta Iruña for Katakrak. ¿Qué hacía yo en Lumbier? Mi familia materna era de la villa, por lo que en los veranos tocaba ir al pueblo. Mis padres creían que donde mejor podía estar mi yo adolescente era en Lumbier, alejado de las amenazas y peligros (léase drogas básicamente) que, en su opinión, nos acechaban en la ciudad: según ellos, ¡¡si incluso las daban gratis y si te despistabas te las echaban hasta en el Cola Cao!! Ah, escuchar campanas sin saber dónde, qué malo ha sido siempre… Qué equivocados mis progenitores, cuando lo que pasaba era justamente lo contrario: que las denominadas ‘drogas’ costaban una pasta y, como más de un yonky ya había tenido ocasión de comprobar, quien recibía con frecuencia el Cola Cao era su dosis de caballo, cortada así por el vendedor para hacer más provechoso el negocio.

Para entonces, 1985, ya hacía dos años o tres que había descubierto en Lumbier el bar La Cueva, epicentro de la vida social de quienes más o menos pensaba que eran como yo: la de ‘duros’ que me dejé en su sinfonola escuchando Este Madrid, de LeñoFast as a shark, de AcceptHormigón, mujeres y alcoholCanciones desnudas Al límite, de Ramoncín o, desde el año anterior, Eh txo, de otro grupo local de los llamados a comérselo todo, Hertzainak: de hecho, entre 1984 y 1992 llegarían a llenar por lo menos en seis ocasiones el pabellón Anaitasuna.

Ya metidos en faena, el ambiente de las horas previas al concierto lució  marcado por la curiosidad –en un primer momento-… y por la desconfianza general de los sheriffs del lugar acto seguido, a la vista de las pintas de buena parte de quienes aquella tarde noche se acercaron a la plaza de los Fueros de Lumbier: un respetable más que presto y predispuesto a desfasar (en muchos casos) que, en su ‘puestón’, no dudó a la hora de cruzar incluso ciertas líneas rojas locales, invisibles a ojos de los foráneos pero pintadas y remarcadas con trazos gordos en el subconsciente colectivo de la localidad. 

Tijuana in Blue actuaron de madrugada, en último lugar, descargando en parte el ambiente con su filosofía etílico-hedonista y sus experimentales y despreocupadas canciones: con unas composiciones/parodias musicadas en muchos casos como La flauta de BartoloEl ReyTres tristes tigres o el himno de Katakrak, reescrito sobre el de una conocida Peña sanferminera. Además, también sonaron otras como Una de piratasRebelión medieval o Bebe y olvídalo, incluidas en 1986 en su disco debut compartido con Potato (siendo esta última su aportación a la cinta Iruña for Katakrak) o Ídolos, claro exponente de la filosofía del grupo en sus inicios. En una plaza sembrada de irónicas octavillas en las que se aludía a la africanía de Navarra y a la libertad de un tal Omar Omonte, el fin de fiesta post concierto se alargó durante casi una hora con una delirante improvisación en la que, bajo un ritmo tan básico como festivo, se reivindicó en euskera  dicha africanía de la práctica totalidad de los pueblos de la comunidad foral: “Iruña, Afrika da”; “Tutera, Afrika da”; “Ilunberri, Afrika da…”

Pronto, muy pronto volví a ver a Tijuana in Blue, haciéndome absolutamente incondicional: fue en octubre de dicho 1985, en fiestas de Arrosadia (La Milagrosa por entonces), siendo nuevamente de alto voltaje el desparrame, y, posteriormente en diciembre, en un local de mi barrio, Errotxapea, conocido como El Barracón. Esta cita, de marcada connotación transgresiva, fue organizada por Eguzki Irratia para la noche del 24 de diciembre, subiendo con ellos al escenario Fiebre y Refugiados. El escándalo en mi casa fue de aupa cuando, tras la ceremoniosa cena familiar, dije que iba a salir: hacerlo en Nochebuena aquellos años era impensable, una herejía, poco menos.

Viento en punk a toda vela,  tras actuar los años siguientes del uno al otro confín (quedando en nuestra memoria conciertos como el dado en el parque de la Media Luna de Pamplona, junio de 1987, con motivo de la presentación del TMEO), la vida no siguió del todo igual para Tijuana in Blue a partir de finales de 1997, siendo testigos sus siguientes discos (A bocajarroSopla, soplaSembrando el pánicoVerssioneando Te apellidas fiambre) de no desapercibidos volantazos musicales y reajustes estilísticos: de una progresiva desescalada del espíritu festivo del conjunto, acentuada definitivamente con la salida de Eskroto del grupo en 1990. Finalmente, en verano de 1992, la banda desapareció. 

Tras volatizarse sin apenas meter ruido –curiosamente-, el espíritu más genuino de Tijuana in Blue recuperaría el riego y la chispa ese mismo año, 1992. Y, de manos de un Eskroto reconvertido para la ocasión en Gavilán, lo hizo dando lugar a una contagiosa segunda oleada con forma de nueva banda, Kojón Prieto y los Huajolotes: formación imposible (nuevamente) en la que, además, terminaría brillando con luz propia un personaje del séquito de los Tijuana cuyas dotes musicales desconocíamos hasta entonces, Toñín, quien a una con el siglo XXI arrasaría bajo el alias artístico de Tonino Carotone. Fuera de toda duda, con los Huajolotes, llegó el ansiado rebrote, el del alocado espíritu de Tijuana in Blue, para muchos la banda más querida de nuestra capital.

J. Óscar Beorlegui