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Mi primera vez: así descubrí a Negu Gorriak

Antes de que comenzara a escribir en El Tubo, cuyo nº 1 vio la luz en junio de 1989,  ya era lector de la revista. Devorador compulsivo más bien, lo mismo que de Bat, Bi Hiru, suplemento musical de Egin capitaneado por el para mí imprescindible Pablo Cabeza. Leyendo en ambos medios entrelíneas determinados artículos fui teniendo la sensación de que tras la separación de Kortatu, en las siempre bullentes cabezas de Fermin e Iñigo Muguruza se estaba tramando algo: desde el verano de 1989 (concretamente), quedando confirmados mis mejores presagios con la publicación por sorpresa en junio de 1990 del primer disco de su nuevo grupo, cuyo nombre, en lo que fue un gran golpe de mano, no había trascendido al gran público: Negu Gorriak. La formación, trío en sus inicios, estaba integrada por Fermin, a la voz, Iñigo, a las guitarras y Kaki Arkarazo, a la producción y también a las guitarras.

Rupturistas donde los haya en fondo y formas, Negu Gorriak no representaban una evolución sin más respecto a Kortatu, sino toda una revolución de desconocidas dimensiones a la vista del potencial de su disco debut. Negu Gorriak representaban una especie de factoría sonora y de ideas frente al concepto de banda convencional, y su irrupción fue volcánica, pillando la erupción con el paso cambiado a casi todos. Y es que ninguna otra banda del entorno había procedido así hasta entonces,  publicando su primer disco sin haberse dado previamente a conocer y, claro está, sin haber actuado en directo. Y sin vocación de hacerlo de primeras, de salir a la carretera como salían y siguen saliendo las bandas: tal y como los mismos Fermin e Iñigo lo habían sufrido en Kortatu, antes de terminar agotados y engullidos por el bucle disco – gira – disco. De hecho, con su primer álbum en la calle, solo harían una actuación, diciembre de 1990 ante la prisión de Herrera de la Mancha. Tal vez lo que estaban diciendo con ello es que, a la hora de tocar, iban a marcar y controlar ellos los tiempos. 

Con planteamientos como esos su sorprendente primer disco marcó de sopetón el arranque de la década de los noventa, dejando entrever con 14 certeros hachazos las bases, los pilares sobre los que se asentaría la espectacular trayectoria del grupo: desde la creación en 1991 de Esan Ozenki como discográfica llamada a editar sus álbumes (hasta cuatro veces se repite dicho nombre en la primera canción del disco, así titulada, toda una declaración de intenciones) hasta la de Bertso Hop, tienda concebida como eje de la distribución de los mismos y título de otro de los hits, brillando además con singularísima luz propia temas como Irakats ziguten hostoria, Amodiozko kanta Radio Rahin: rotunda carta de presentación que venía con un videoclip firmado por un video-realizador cada vez más reconocido, Manolo Gil. Para estas alturas la popularidad del otrora propietario del Ttutt ya había tocado techo, tras haberse encargado en 1989 de la grabación del laureadísimo video doble directo de Barricada

Quedaba claro que en la nueva normalidad musical puesta en marcha por  los Muguruza nada quedaba al azar, habiendo sido todo minuciosamente pensado: incluso el nombre del grupo, cogido prestado de la letra de una canción de Mikel Laboa, Gaberako aterbea. Dicha canción fue versionada por Negu Gorriak a finales de 1990 en un disco homenaje al citado, Txerokee, Mikel laboaren kantak. Los por entonces prometedores Su Ta Gar también incluirían en dicho álbum una versión-homenaje a Laboa, Haika mutil, cosechando con ella su primer gran éxito de masas.

Estaba claro, cada paso a dar estaba repensado y repasado al milímetro, previo paso y análisis en la cabeza fría y el corazón caliente de Fermin: estratega y agitador más que músico solamente que, tras traficar en los ochenta con el punk y el ska-hardcore poniendo a los vascos con sus ritmos en pie de baile, ahora se disponía a hacernos rapear, cambio previo de las txapelas por las características gorras del hiphop. Y lo consiguió. 

1991 trajo un segundo disco del grupo, Gura Jarrera; la programación de una primera gira, Power to the people tour 1991, internacional nada más y nada menos; el cambio de formato, pasando la banda de ser trío a quinteto (con la incorporación de Mikel Kazalis, de Anestesia, como bajista, y de Mikel Ábrego, de BAP!!, como batería) y la fundación de la discográfica Esan Ozenki como plasmación de la querencia de Fermin por la autogestión y lo que actualmente se denomina 360: tratar de abarcar y de centralizar todos los aspectos relacionados con la carrera de un grupo, siendo en esta materia todo un pionero. 

Dicho año 1991 sorprendió además a propios y extraños por la creación de discográficas por parte de muchas bandas, apareciendo sellos como Cika Records o Aketo, auspiciados por Cicatriz y Hertzainak respectivamente. Pero no era algo nuevo, previamente ya lo habían intentado La Polla Records en 1987 (Txata) o Eskorbuto en 1988 (Buto-Eskor), haciéndolo en años posteriores Soziedad Alkoholika (Milagritos, 1995) y ya en 2007, Su Ta Gar (Jo ta Ke Ekoizpenak) o incluso Extremoduro, Muxik.

El primer concierto de dicha primera gira tuvo lugar el 7 de septiembre en Ezpeleta, ciudad de Iparralde o país vasco-francés sita a 82 kilómetros de Pamplona; y toda vez que Iruñea no salía en el listado de ciudades a visitar, allí que fuimos, sin mapa de carreteras, entradas ni franco alguno (moneda francesa de la época), disfrutando, eso sí, como niños pequeños del concierto: creada la banda como nunca habíamos visto hasta entonces (en mi opinión, como si de una suerte de ‘euskal selekzioa’ o selección musical vasca se tratara), Negu Gorriak sonaron en su presentación como un cañón, quedando sobradamente cumplidas las expectativas de cuantos peregrinamos allende la frontera para verles.

Profundizando hasta límites insospechados en las mixturas estilísticas mostradas en su primer álbum, Gure Jarrera vino a decirnos que dicha miscelánea, plasmada sin complejos ni prejuicios mediante un crossover brutal, había venido para quedarse, siendo la nueva consigna ‘sustraia, rock, rap, reggae’ (BSO): toda una defensa de las raíces de Negu Gorriak, reivindicándolas ellos en este álbum tal y como hicieran Sepultura con las suyas cinco años después en el descomunal Roots. Y, pese al empeño de gentes como el general Enrique Rodríguez Galindo, quien les tuvo en vilo con una demanda entre 1993 y 2001, así defendieron siempre sus raíces: con los músicos, partiendo de lo ya hecho, ahondando en ellas a la búsqueda de significativas y coloristas nuevas vueltas de tuerca, quedando plasmadas en canciones como Gora HerriaKolore BiziaChaquito (tema en el que se atrevieron incluso con la salsa: incluidas estas dos últimas en su impactante disco negro Borreroak baditu milaka aurpegi) o en Ideia Zabaldu al completo, su penúltimo trabajo, antes de despedirse en 1996 con Salam, agur. En este disco, a modo de agradecimiento, homenajearon hasta a quince artistas de cabecera suyos, foráneos mayoritariamente como Otis Redding, Minor Threat, Public Enemy o Dead Kennedys, aplicando de facto la banda al hecho musical un concepto del que en cuestión de pocos años comenzaríamos a oír hablar, la ‘globalización’: algo bueno tenía que tener…

Tres veces más vi a Negu Gorriak: en Saturrarán, Gipuzkoa, junto con Mano Negra (enero de 1992, no diremos que irrepetible el concierto porque a la vista de la expectación generada se programaron dos fechas, viernes y sábado); Pamplona, pabellón Anaitasuna,  mayo de ese mismo año (Tour 91+1), siendo la producción impactante a todos los niveles) y en 1994 en Burlata, compartiendo escenario y causa con Soziedad Alkohólika a una con la presentación del colectivo insumiso Nafarroa Intsumitua. De este concierto no disfruté como de los anteriores: dados  mis antecedentes al otro lado de la barra y como parte implicada en el nuevo colectivo, me tocó ejercer de camarero.

Finalmente 1996 vio el adiós de Negu Gorriak, yéndose como llegaron a nuestras vidas, por sorpresa; dejando un incontestable legado de discos, giras y coherencia artística e ideológica, quedando perfectamente rubricado esto último en febrero de 2001 con un regreso puntual: cosa de que de pronto hubiera algo que celebrar. Y es que, tras años y años en vilo, de repente llegó ella, la victoria sobre Galindo. La más esperada y deseada de las victorias, ‘Gurea da garaipena’, algo que el grupo festejó a lo grande, ‘Marcha triunfal’, lo hubiera denominado Rubén Darío: reuniendo en tres macro-conciertos a unas 30.000 personas, 30.000 afortunadas almas que, al igual que su inmensa legión de seguidores, nunca los olvidarán.

J. Óscar Beorlegui

Mi primera vez: así descubrí a Tijuana in Blue

En la década de los ochenta, más allá que por cuestiones de orden musical, uno asistía a conciertos, casi siempre callejeros, básicamente por dos razones, por la transgresión que aquello suponía en una ciudad tan mojigata como Pamplona/Iruñea y por provocar –en el sentido de molestar- con nuestra presencia a las gentes de orden. De ordeno y mando, quiero decir. “Aunque esté todo perdido / siempre queda molestar”, que habrían de cantar Kortatu en El estado de las cosas, su segundo álbum. Anticipándonos unos años a dicha letra, no éramos pocos quienes apuntándonos a cuantos bombardeos con forma de conciertos se nos presentaban, pintábamos calva la ocasión haciendo buena la canción.

Íbamos, en suma, por pasarlo bien. En 1985 cuando asistías a un concierto eras consciente de que podía pasar cualquier cosa, aparición estelar de  golpe y porrazo de la fuerza pública azul, verde o marrón e inmediato desconcierto y dispersión del público incluida. Sobra decir que en los casos en que esto no ocurría el fiestón que se fraguaba a ambas alturas del escenario era mayúsculo, creyéndonos reinar todos por encima del bien y del mal. Si hubo un grupo en la ciudad que personificó desparrame y espíritu díscolo y festivo como ningún otro esos fueron Tijuana in Blue, siendo la sorpresa del momento: una banda imposible (que tal vez por ello fue posible) cuyos integrantes, comandados por Jimmy y Eskroto, eran capaces de reírse hasta de un cuadro… Marco incluido, encontrando espacio en su repertorio todo tipo de histrionismos, chanzas y parodias. Habiendo ‘zascas’ (tal y como se dice ahora) en sus canciones para todo. Para todos. 

De manos de las inquietudes del grupo, qué duda cabe, se abrió un claro entre las nubes y se acabó la quietud, imponiéndose su luminosidad entre 1985 y 1988 al gris Pamplona, tonalidad predominante desde siempre en la ciudad: cosa también de las connotaciones del nombre de la banda, imponiéndose también dicha luz sobre el nihilista negro total proclamado por otros compañeros de viaje como los RIP.  

A Jimmy y Eskroto los conocía de verles en cuantos saraos se fraguaban en el Casco Viejo de Pamplona con el fin de ¿dinamizar el ambiente? De dinamitar la vieja normalidad heredada del post franquismo –más bien-,  dando ambos la sensación de ser el perejil de todas las salsas: mi sorpresa fue mayúscula cuando les vi aparecer en Lumbier al frente de Tijuana in Blue, en el concierto organizado en el marco de las fiestas patronales para presentar la cinta Iruña for Katakrak. ¿Qué hacía yo en Lumbier? Mi familia materna era de la villa, por lo que en los veranos tocaba ir al pueblo. Mis padres creían que donde mejor podía estar mi yo adolescente era en Lumbier, alejado de las amenazas y peligros (léase drogas básicamente) que, en su opinión, nos acechaban en la ciudad: según ellos, ¡¡si incluso las daban gratis y si te despistabas te las echaban hasta en el Cola Cao!! Ah, escuchar campanas sin saber dónde, qué malo ha sido siempre… Qué equivocados mis progenitores, cuando lo que pasaba era justamente lo contrario: que las denominadas ‘drogas’ costaban una pasta y, como más de un yonky ya había tenido ocasión de comprobar, quien recibía con frecuencia el Cola Cao era su dosis de caballo, cortada así por el vendedor para hacer más provechoso el negocio.

Para entonces, 1985, ya hacía dos años o tres que había descubierto en Lumbier el bar La Cueva, epicentro de la vida social de quienes más o menos pensaba que eran como yo: la de ‘duros’ que me dejé en su sinfonola escuchando Este Madrid, de LeñoFast as a shark, de AcceptHormigón, mujeres y alcoholCanciones desnudas Al límite, de Ramoncín o, desde el año anterior, Eh txo, de otro grupo local de los llamados a comérselo todo, Hertzainak: de hecho, entre 1984 y 1992 llegarían a llenar por lo menos en seis ocasiones el pabellón Anaitasuna.

Ya metidos en faena, el ambiente de las horas previas al concierto lució  marcado por la curiosidad –en un primer momento-… y por la desconfianza general de los sheriffs del lugar acto seguido, a la vista de las pintas de buena parte de quienes aquella tarde noche se acercaron a la plaza de los Fueros de Lumbier: un respetable más que presto y predispuesto a desfasar (en muchos casos) que, en su ‘puestón’, no dudó a la hora de cruzar incluso ciertas líneas rojas locales, invisibles a ojos de los foráneos pero pintadas y remarcadas con trazos gordos en el subconsciente colectivo de la localidad. 

Tijuana in Blue actuaron de madrugada, en último lugar, descargando en parte el ambiente con su filosofía etílico-hedonista y sus experimentales y despreocupadas canciones: con unas composiciones/parodias musicadas en muchos casos como La flauta de BartoloEl ReyTres tristes tigres o el himno de Katakrak, reescrito sobre el de una conocida Peña sanferminera. Además, también sonaron otras como Una de piratasRebelión medieval o Bebe y olvídalo, incluidas en 1986 en su disco debut compartido con Potato (siendo esta última su aportación a la cinta Iruña for Katakrak) o Ídolos, claro exponente de la filosofía del grupo en sus inicios. En una plaza sembrada de irónicas octavillas en las que se aludía a la africanía de Navarra y a la libertad de un tal Omar Omonte, el fin de fiesta post concierto se alargó durante casi una hora con una delirante improvisación en la que, bajo un ritmo tan básico como festivo, se reivindicó en euskera  dicha africanía de la práctica totalidad de los pueblos de la comunidad foral: “Iruña, Afrika da”; “Tutera, Afrika da”; “Ilunberri, Afrika da…”

Pronto, muy pronto volví a ver a Tijuana in Blue, haciéndome absolutamente incondicional: fue en octubre de dicho 1985, en fiestas de Arrosadia (La Milagrosa por entonces), siendo nuevamente de alto voltaje el desparrame, y, posteriormente en diciembre, en un local de mi barrio, Errotxapea, conocido como El Barracón. Esta cita, de marcada connotación transgresiva, fue organizada por Eguzki Irratia para la noche del 24 de diciembre, subiendo con ellos al escenario Fiebre y Refugiados. El escándalo en mi casa fue de aupa cuando, tras la ceremoniosa cena familiar, dije que iba a salir: hacerlo en Nochebuena aquellos años era impensable, una herejía, poco menos.

Viento en punk a toda vela,  tras actuar los años siguientes del uno al otro confín (quedando en nuestra memoria conciertos como el dado en el parque de la Media Luna de Pamplona, junio de 1987, con motivo de la presentación del TMEO), la vida no siguió del todo igual para Tijuana in Blue a partir de finales de 1997, siendo testigos sus siguientes discos (A bocajarroSopla, soplaSembrando el pánicoVerssioneando Te apellidas fiambre) de no desapercibidos volantazos musicales y reajustes estilísticos: de una progresiva desescalada del espíritu festivo del conjunto, acentuada definitivamente con la salida de Eskroto del grupo en 1990. Finalmente, en verano de 1992, la banda desapareció. 

Tras volatizarse sin apenas meter ruido –curiosamente-, el espíritu más genuino de Tijuana in Blue recuperaría el riego y la chispa ese mismo año, 1992. Y, de manos de un Eskroto reconvertido para la ocasión en Gavilán, lo hizo dando lugar a una contagiosa segunda oleada con forma de nueva banda, Kojón Prieto y los Huajolotes: formación imposible (nuevamente) en la que, además, terminaría brillando con luz propia un personaje del séquito de los Tijuana cuyas dotes musicales desconocíamos hasta entonces, Toñín, quien a una con el siglo XXI arrasaría bajo el alias artístico de Tonino Carotone. Fuera de toda duda, con los Huajolotes, llegó el ansiado rebrote, el del alocado espíritu de Tijuana in Blue, para muchos la banda más querida de nuestra capital.

J. Óscar Beorlegui

Mi primera vez: así descubrí a Kortatu

1984 fue un año un tanto confuso y convulso para mí, quedando rematado lo dicho por el hecho de que tuviera que repetir curso, 2º de BUP. Pero el verme abocado a repetir, no hay mal que por bien no venga, fue todo un punto de inflexión, llevándome a cambiar de forma radical mi forma de encarar la vida, algún que otro destierro de equivocadas amistades de por medio. Llegando en buena parte dicho cambio gracias a  mis seminales (y casi semanales) nuevos descubrimientos musicales, teniendo mucho que ver con ello, además de los de Barricada y La Polla Records, el de Kortatu. Otoño de dicho año así pues, ¿tiempo de cambios radicales? Sí, siendo a la postre el mensaje y el inconformismo de muchos de los llamados a ser conocidos como grupos radicales lo que me salvó. 

A Kortatu (Irún, 1984, Pamplona/Iruñea, 1988) los descubrí en los últimos estertores de Radio Paraíso, octubre de 1984, emisora en la que comenzaron a pinchar una rudimentaria maqueta suya. Y lo cierto es que pese a que la calidad del sonido era la que era, las canciones del trío comandado por Fermin Muguruza tenían un color distinto. Otra esencia, articulada sobre unos ritmos skatalitikos de agridulce regusto punk nunca antes escuchados por la zona: haciéndose, por otra parte, como todavía se estaban haciendo nuestros recién desvirgados oídos a los sones del rock duro y el heavy metal, lo más de lo más, y en proceso de hacerse a los del malencarado punk. Aquellas canciones eran sencillas y de apariencia festiva y divertida, y con ellas el grupo no solo hacía de la necesidad virtud, sino versión también en muchos casos: llevándose con la susodicha maqueta el gato y la colonia felina al agua al completo, con temas como Mierda de ciudad, Jimmy Jazz o Hay algo aquí que va mal

Los mejores presagios respecto a Kortatu se cumplieron con creces en verano de 1985, cuando fueron incluidos en el denominado Disco de los cuatro. En un abrir y cerrar de ojos, abriendo la ‘Cara A’ con tres canciones que brillaban como tres soles, se colaron directamente en la ‘pole position’ de lo que ya se empezaba a conocer como Rock Radical Vasco: con las desde entonces imprescindibles Nicaragua Sandinista, Manolo Rastamán y Mierda de ciudad

De forma paralela a sonar en Radio Paraíso y en Eguzki Irratia, radio libre de Pamplona que tal vez sin pretenderlo terminó comiéndole la tostada a la primera, canciones como las de Kortatu comenzaron a hacerlo a todas horas en el Ttutt, referencial bar de la calle Curia que pronto se convirtió en centro de operaciones y cuartel de invierno (y de primavera, verano y otoño) de cuantas bandas como aquella comenzaban a surgir por todas partes, dándose cuartelillo en su equipo de música y, atención, en su circuito cerrado de televisión a grupos como RIP, Cicatriz, Eskorbuto, Porkería T, Ultimatum o, claro está, Kortatu: y lo más importante, tuviesen dichas bandas discos oficiales o no, siendo Manolo Gil, Javier Pinzolas y Javier Guibert, los responsables del Ttutt, habituales de la práctica totalidad de cuantos saraos alternativos se organizaban en Pamplona, cámaras de video al hombro prestos siempre a grabarlo todo: así comenzó su carrera el con el tiempo reconocidísimo realizador de portadas y videoclips  Manolo Gil. 

Aún recuerdo la primera vez que entré en el Ttutt y vi su pequeña pared frontal llena de pequeños monitores de televisión, cómo flipé con ello… y con lo que en sus pantallas se veía: principalmente actuaciones de grupos como aquellos, entre tomas de algaradas callejeras y ‘okupaziones’ alentadas por Katakrak…  Sin duda el ‘háztelo tú mismo’, la realidad callejera, siempre superó en aquel bar a la ficción.  

Mi primera vez con Kortatu fue en el Pabellón Anaitasuna, marzo de 1985 (sí, incluso antes de la publicación del célebre Disco de los cuatro), y fue compartiendo escenario con Cicatriz y Hertzainak, autores de Aprieta el gatillo y Pakean utzi arte respectivamente: los misiles de larguísimo alcance con los que los Barricada de 1985 abrían sus conciertos. Dicha primera vez fue en loor de multitudes, llenando las bandas el recinto hasta la bandera. Estaba claro que había llegado su momento.

Finalmente diciembre de dicho año trajo un nuevo concierto de Kortatu a las proximidades de Pamplona, hasta Noáin, frontón Bidezarra, siendo secundados en este caso por Ultimátum, La Polla Records y nuevamente Cicatriz

1986 volvió a acercar a los de Irún a la ciudad, protagonizando el trío una actuación tan accidentada como surrealista. La cita fue en el marco de San Fermín Txikito, sobre el remolque de un camión. Al parecer, con motivo de la celebración de dichas fiestas, se habría solicitado permiso para organizar un concierto y colocar un escenario, lo cual fue denegado, y como a falta de pan, buenas son tortas, a alguien se le ocurrió la idea de hacer el concierto a bordo de un pequeño camión. Y dicho y hecho. Las bandas actuarían sobre el remolque hasta que hiciese acto de presencia la Policía Municipal, y cuando esto ocurriera, el camión se iría con la música a otra parte. A otro emplazamiento previamente consensuado con el público. Tan singular concierto reivindicativo-festivo tuvo lugar en tres actos, concluyendo tal vez sin que se iniciase el tercero a una con la irrupción en la calle Calderería de la Policía Nacional. 

El primer round tuvo lugar por la tarde en la explanada de San Fermín de Aldapa, y el segundo, ya a media noche, a la vera de la catedral en la plazuela de San José. En este tomó parte Kortatu, contando como anfitriones y compañeros de viaje (que no solo de cartel) con un efervescente grupo local de lo más borracho y animal, Tijuana in Blue. Tal y como estaba previsto, todo fue así hasta que, bron-ca bron-ca, bron… (tal y como decía una canción de los Tijuana) apareció la Policía Municipal. Y de repente allí estaban algunos de los implicados en el concierto, con la música de Mierda de ciudadsonando de fondo en la cercana plaza de Nabarreria, preguntándole a un agente a ver por qué la orquesta podía tocar aquella canción y sus autores no. Ante tal pregunta, ¿qué hizo el representante de la autoridad? Tras quitarse la gorra, rascarse la cabeza y encogerse de hombros, dar la callada por respuesta.

Las relaciones entre Kortatu y Tijuana in Blue eran tan buenas que al año siguiente el trío fronterizo no dudó a la hora de volver a compartir escenario con ellos, siendo esta vez el elegido el del pabellón Anaitasuna. La cita fue en febrero, y el recinto, una vez más, se llenó a rebosar. Por aquel tiempo Kortatu contaba con tres trabajos publicados además del disco compartido con Cicatriz, Jotakie y Kontuz Hi!, y sus conciertos eran auténticas fiestas: lo mismo que los de Tijuana in Blue, más bestias estas si cabe. Los de Pamplona/Iruñea ya contaban para entonces con una primera referencia discográfica, un LP publicado en 1986 compartido con Potato.

Haciendo bueno el dicho de que lo bueno, si breve, dos veces bueno, Kortatu, al igual que pasara con Leño, se acabó pronto. Demasiado pronto. En 1988, siendo, cómo no, el pabellón Anaitasuna el recinto en el que nos dijeron y les dijimos adiós. Aquel día, 1 de octubre, terminó la década de los ochenta para mí. Pero pese a que aún no se sabía, en las mentes de Fermin e Iñigo Muguruza ya se estaba gestando la de los noventa: el relanzamiento hasta límites insospechados de sus carreras de manos del lanzamiento de una nueva formación, Negu Gorriak. En cuestión de poco tiempo viviría con ellos otra primera vez…

Dedicado a la memoria de Iñigo Muguruza, fallecido en septiembre de 2019

J. Óscar Beorlegui